Las víctimas (políticas) de Santiago Carrillo

Su negra hoja de servicios no acaba en Paracuellos. Preston confirma que también fue despiadado con los de su bando

Implacable Todas las etapas de su vida están sembradas de cadáveres: unos, literales, como los de Paracuellos; otros, «cadáveres» políticos

Una tarde de febrero de 1979 subí a la avioneta que Santiago Carrillo había alquilado para la campaña electoral con destino a Córdoba, donde iba a cerrar un mitin organizado por Julio Anguita. Tenía especial atención en conocer a un personaje sobre el que había leído mucho y oído de todo, incluidas las historias de doña Luz, mi abuela, acerca de sus «fechorías» durante la Guerra Civil.

JOSÉ DÍAZ CASARIEGO Santiago Carrillo (de pie, con gafas), durante una asamblea de las Juventudes Socialistas Unificadas que dirigía, en 1936

A la vuelta, con el whisky descorchado, pregunté a bocajarro.

—Don Santiago, ¡cuénteme lo de Paracuellos…!

Dio una profunda calada a su pitillo, bebió un sorbo del licor escocés, se ajustó las gafas y me miró fijamente con una mirada heladora. —¡Joven, déjelo, en otra ocasión! A partir de ahí mantuve con Carrillo varios encuentros periodísticos y le invité a mis cursos universitarios e incluso fue prologuista de uno de mis libros. Murió sin relatarme lo que le pedí. No le agradaba el asunto. Poco tiempo antes de expirar mandó a Luis del Olmo «al infierno» cuando osó sacarle el escabroso asunto de Paracuellos. No es esa terrible matanza la que hoy me convoca.

Porra en mano

El hispanista Paul Preston, no precisamente sospechoso de franquista, acaba de publicar una completa biografía sobre el dirigente comunista que ya a los 16 años se enfrentaba porra en mano a los jóvenes (años 30) que vendían el católico «El Debate». Fueron 97 años vividos intensamente y permanentemente en primera fila política. «El zorro rojo», siempre dejó claro que «en política, el arrepentimiento no existe… No cabe el arrepentimiento. Si tuviera que volver a vivir haría prácticamente lo que he hecho».

La virtualidad del hispanista es que en 380 páginas destroza, con datos y pruebas, «las abundantes falsedades y confusiones deliberadas» que el comunista dejó escritas sobre sí mismo. Pero la constante de ese casi siglo de vida son las víctimas que deja en la cuneta en sus cinco grandes etapas: iniciación en política (su padre Wenceslao), la Guerra (Paracuellos y Largo Caballero), su etapa estalinista ( Joan Comorera, Enrique Líster, Francisco Antón, Vicente Uribe, Fernando Claudín, Jorge Semprún, entre otros), su pre-regreso a la España predemocrática ( Javier Pradera, entre otros), su incorporación como dirigente del PCE legalizado el 9 de abril de 1977, el célebre «Sábado Santo Rojo», que le convierte durante la transición en una gloria nacional hasta que finalmente se ve obligado a dimitir como jefe supremo del PCE al darle la espalda todos los dirigentes y cuadros, amén de sus descalabros electorales. Durante esta última etapa también se lleva por delante, políticamente hablando, a gentes que habían sido colaboradores personales e íntimos suyos durante muchos años, como Manuel Azcárate, Pilar Bravo, Nicolás Sartorius, Ramón Tamames o Carlos Alonso Zaldívar. Creían que no era el hombre adecuado una vez el PSOE estaba en el poder.

Traiciones y ambición

Todas esas etapas de Carrillo están sembradas de cadáveres: en unas ocasiones, físicamente; en otras, política, intelectual o económicamente Así puede concluirse de la exhaustiva y muy bien documentada investigación de Preston. La suya fue una vida de fracasos sazonada por un «optimismo imperecedero» y recordada con mentiras, traiciones, ambición y pragmatismo adobado con altísimo concepto de sí mismo y de su inteligencia. Pasó de ser un agitador revolucionario a «apparatchik» comunista, líder estalinista y, a la postre, héroe nacional gracias a su contribución al restablecimiento de la democracia. Por el camino hubo muchas traiciones.

Especialmente despiadado se mostró Carrillo con Jorge Semprún («Federico Sánchez»). Afirmaba que el combatiente antifranquista «mantenía vínculos oscuros con Henry Kissinger y Leónidas Breznev» a la vez. Carrillo utilizó al escritor de origen noble para los contactos en el interior en su etapa estalinista y luego lo expulsó del partido, junto con Claudín, porque sospechó que la propuesta de incluir a Javier Pradera en el comité de intelectuales tenía la intención de socavar su autoridad en el PCE. Carrillo siempre tuvo obsesión con el que finalmente fuera ministro de Cultura con Felipe González. En el otoño de 1963 culminó su caída en desgracia sin reparar en calumnias absurdas propias de paranoicos («revisionistas» y «capituladores»).

Poder absoluto en el PCE

Suerte muy parecida corrió el que había sido una de sus correas de transmisión más sumisas y obedientes, Fernando Claudín, hasta que el comunista ortodoxo decidió que su jefe no merecía tal posición genuflexa ni política ni moral ni éticamente. Entonces Carrillo le acusó de ser más «derechista que los democristianos» e impidió siquiera que su familia (Carmen y dos hijas) pudieran siquiera comer. Utilizó a tres acólitos (Ignacio Gallego, que cobraba de la KGB, Gregorio López Raimundo, y Santiago Álvarez), para destruir a Semprún, que podía vivir de su oficio de escritor de éxito, y a Claudín. La liquidación de ambos le dio el poder absoluto en el PCE.

Joan Comorera era un estalinista leal y brutal, en 1954 jefe del PSUC (Partido Comunista catalán) al que Carrillo alababa por «haber limpiado en el PSUC la basura troskista y su chusma». Pero quería que el PSUC fuera independiente del PCE. Carrillo quería un solo partido y un solo mando. Los intentos por «reeducarle» no dieron resultados. Comorera, según Enrique Líster, decidió ir a Cataluña desde Francia mientras Carrillo lo calificaba de «agente de Franco, lacayo de la CIA, reptil titista (Tito)». Todos esos calificativos al camarada emitidos desde Radio España Independiente. Ya había mandado un escuadrón para liquidarlo. El jefe comunista catalán fue detenido en 1954 por la Policia franquista y condenado a treinta años de cárcel. El PCE dijo que había sido una «farsa porque en realidad era un agitador de esa policía».

En 1978 —tras el fracaso electoral del PCE— Carrillo advierte un serio desafío a su liderazgo. Un grupo de dirigentes conocidos como «renovadores» —Carlos Alonso Zalvídar, Pilar Bravo (a la que antes había convertido en su «alter ego») y su fiel y veterano Manuel Azcárate— cree que no hay otra salida para el comunismo español que practicar la democracia interna y adoptar políticas flexibles y realistas a la sociedad. Los expulsó «manu militari». Tampoco Nicolás Sartorius, partidario de estos últimos, corrió mejor suerte. Tuvo que dimitir. El PCE pasó de contar con un 11 por ciento de los votos a un 3,6 en las elecciones de 1982. Saltó por los aires. Incluso su fiel «Gerardín» (Iglesias), al que designó como sucesor, se alineó «con los enemigos que no reconocían su liderazgo».

Remodelar el pasado

Lo relatado aquí son simples botones de muestra de sus «cadáveres» que cosechó regados por doquier, aunque su papel en la Transición le hizo pasar del enemigo número uno a tesoro nacional. Desde 1985, recoge Preston, Santiago Carrillo emprende una pugna incansable por justificar sus acciones. La patológica necesidad de remodelar su pasado puede interpretarse como una manera de eludir el sentimiento de culpa. El 20 de septiembre del 2012 sus cenizas eran esparcidas en la costa de Gijón. En algún lugar le esperaban sus víctimas.

Kiosko y Más.

3 comentarios en “Las víctimas (políticas) de Santiago Carrillo

  1. Pues es un insulto a la verdad historica que en la Causa General que la tirania franquista realizo tras la guerra, no demostrase la acusacion que hicieron cuando muchos años despues, cuando Carrillo se hizo famoso al ser Secretario Gral. del Pce, que es cuando la dictadura empezo a acusarle de la matanza de Paracuellos. pero no podian incluirle en la Causa General que no le citaba, y que ya habia sido cerrada y no podian reabrir. solo quedaba manipular y hacer propaganda en contra. que es lo que hicieron, Cazorla que si aparecia, de apellido muy parecido escrito de forma rapida dio pie a manipular documentos antiguos para hacerlo pasar por Carrillo-Cazorla. pero esto no lo cuentan en la verdad ofende y tal vez ni lo publiquen, censurandolo por no gustarles.

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    1. El saber no ocupa lugar… Nunca!!
      No conocía esa parte de la historia. Seria sumamente interesante que aportases datos, links, fechas, etc..
      Gracias por tu comentario

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      1. El documento original y la version digitalzada de la causa General sobre Paracuellos puedes consultarla tu mismo en el Archivo Historico de Alcalá. En ella Santiago Carrilo no está encausado.

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