El mito del paraíso de Al Andalus – Dario Fernández-Morena

Traducción de “The Myth of the Andalusian Paradise“, de Darío Fernández-Morera

 

La existencia de un reino islámico en la España medieval donde convivieron armoniosamente diferentes razas y religiones bajo un clima de tolerancia multicultural es uno de los mitos más extendidos hoy en día. Los profesores universitarios lo enseñan. Los periodistas lo repiten. Los turistas que visitan la Alhambra lo aceptan. Ha llegado a la editorial del Wall Street Journal, que alaba las virtudes del “humanismo pan-confesional” de Al Ándalus.(18 de julio de 2003). The Economist se hace eco de la creencia de que “los gobernantes musulmanes del pasado eran de lejos más tolerantes hacia la gente de otras religiones que los católicos. Por ejemplo, los estados multiculturales y multireligiosos gobernados por musulmanes fueron sustituidos por un régimen cristiano extremadamente intolerante incluso hacia los disidentes cristianos, y que daba a escoger a musulmanes y judíos entre la conversión forzada o la expulsión (o algo peor)”. El problema de esta creencia es que no tiene fundamentación histórica, es un mito. Los fascinantes logros culturales de Al Ándalus no pueden tapar el hecho de que nunca fue un ejemplo de convivencia pacífica.
La historia de Al Ándalus comienza, por supuesto, con una conquista violenta. Ayudados por la disensión interna entre los visigodos, en 711 soldados musulmanes entraron en la Hispania cristiana y derrotaron al rey visigodo Rodrigo. Esos musulmanes eran una mezca de bereberes norteafricanos, o “moros”, que formaban la mayoría del ejército, y de sirios, todos líderados por un pequeño número de árabes étnicos ( de la península arábiga). La Crónica Bizantina de 741, la Crónica Mozárabe de 774 y las ilustraciones de las Cantigas de Santa María del siglo XIII relatan la brutalidad con la que los musulmanes sometieron a la población católica. Desde el principio, los mejores gobernantes de Ál Andalus eran autócratas que mantenían la paz mediante la fuerza bruta en un ambiente de divisiones religiosas, dinásticas, raciales y otras.
Esas divisiones y los despiadados métodos de tratar con ellas no eran exclusivos de Al Ándalus. La yihad iniciada alrededor de 634 contra el entonces cristiano Oriente Medio por los sucesores de Mahoma estuvo marcada por el conflicto interno consecuencia del asesinato del tercer califa, Uthman (644-656). El fundador del Emirato de Córdoba, Abderramán I (734?-788), “el emigrante”, tuvo que huir de Siria para evitar la exterminación ordenada por sus rivales los abasíes contra su familia omeya. Aliado con los bereberes del Norte de África y ayudado por los habitantes yemenitas y sirios de Al Ándalus, dispuestos a traicionar a sus líderes, procedió a entrar a Al Ándalus desde África, derrotó al gobernador abasí en 756 y se autoproclamó como emir. Mantuvo la paz entre musulmanes y entre musulmanes, católicos y judíos a través de un ejército de más de 40.000 soldados. Fue él quien ordenó la demolición de la antigua basilíca católica de Córdoba para construir la muy admirada mezquita. Durante su reino y el de Abderramán II (822-852) el conquistador de Barcelona, los católicos sufrieron confiscaciones de propiedades, esclavitud y aumento de sus impuestos exclusivos, que sirvieron para financiar el embellecimiento de la Córdoba islámica.
Bajo Abderramán II y Mohamed I (822-886), varios católicos fueron asesinados en Córdoba por predicar en contra del islam, mientras que otros fueron expulsados de la ciudad. Entre las víctimas estaba San Eulogio, decapitado por las autoridades islámicas. Mohamed I ordenó que “las iglesias recientemente construídas sean destruídas así como cualquier cosa que pudiera embellecer las iglesias antiguas si fueron añadidas posteriormente a la conquista árabe”.

Abderramán III (912-961), “el siervo de los misericordiosos“, se autoproclamó Califa de Córdoba. Elevó a la ciudad a las cotas más altas de esplendor, no vistas desde

Degollamiento de San Eulogio, uno de los mártires de Córdoba asesinado por los musulmanes

los días del Bagdad de Harunal-Rashid, financiado en gran parte a través de los impuestos a los católicos y judíos y al botín y tributos obtenidos en incursiones militares contra tierras católicas. También castigó sin piedad las rebeliones musulmanas, manteniendo así la tapa cerra sobre la hirviente olla a presión que era el multicultural Al Ándalus. Su gobierno supuestamente fue el cénit de la tolerancia islámica. Almanzor (muerto en 1002), “el victorioso por la gracia de Alá“, implantó en Al Andalus en 978 una feroz dictadura militar apoyada en un gigantesco ejército. Además de construir más palacios y promover las artes y las ciencias en Córdoba, quemó libros considerados heréticos y aterrorizó a los católicos, saqueando Zaragoza, Osma, Zamora, León, Astorga, Coímbra y Santiago de Compostela. En 985 incendió Barcelona y esclavizó a todos aquellos a los que no asesinó.

Hacia 1031 las divisiones internas de Al- Ándalus habían causado su fragmentación entre varios pequeños y tiránicos “reinos”, las llamadas taifas. Entre 1086 y 1212 vinieron nuevas olas de yihadistas procedentes del Norte de África. La primera ola fueron los almorávides, guerreros fundamentalistas invitados por los gobernantes de las taifas para ayudarles contra el creciente poder de los reinos católicos. Con el apoyo de las masas musulmanas andalusíes y los alfaquíes (juristas de la ley islámica), que estaban descontentos con los altos impuestos y el -a su modo de ver- modo de vida libertino e impío de sus principescos gobernantes, los almorávides depusieron a los reyes de las taifas y unificaron otra vez Al-Ándalus. Hicieron retroceder el empuje católico e hicieron la vida a los católicos y judíos mucho más difícil de lo que ya era. En 1138, sin embargo, su imperio se estaba derrumbando bajo la presión de los reinos católicos y otra ola de fundamentalistas musulmanes norteafricanos, los almohades. Los almohades pensaban que los almorávides se habían relajado mucho en su práctica del islam – quizás, se puede conjeturar, debido al contagio de la influencia católica. Para 1170 los almohades tomaron Al Ándalus y desataron nuevos horrores contra los católicos, judíos y otros musulmanes. Que los despiadados almohades también crearon arquitectura maravillosa y fueran los responsables de la belleza de algunas construcciones capta muy amablemente la verdadera naturaleza de Al Ándalus. Pero los almohades fueron derrotados de forma decisiva por la alianza de los reyes de Castilla, Aragón y Navarra en las Navas de Tolosa en 1212. Desde entonces, los católicos mantuvieron la iniciativa militar, finalmente derrotando al último reino musulmán, Granada, en 1492.

 Los primeros invasores musulmanes representaban una cantidad relativamente pequeña en cuanto a número, por lo que era prudente desde un punto de vista político conceder autonomía religiosa a los católicos, a la vez que trataban de protegerse del “contagio” de la influencia católica segregándose ellos mismos de la mayoría sometida. Por ello mantenían a los católicos en un estado de dhimmitud -como clase “protegida” que tenía vetada cualquier posibilidad de compartir poder político o comprometer la posición hegemónica del islam. En tiempos de guerra o de problemas políticos, la libertad de los católicos se restringió aún más. Los católicos que huían del dominio islámico perdían toda “protección”, y su propiedad era confiscada por los conquistadores. “La tolerancia llegados a este punto” – menciona el historiador Robert I. Burns, “no es fácil de distinguir de la intolerancia“.
Por similares razones de estrategia, que no “tolerancia”, los invasores obtuvieron la ayuda de los líderes judíos descontentos con el trato que recibían bajo los visigodos. Contrariamente a la opinión popular, los judíos no eran muy numerosos, ni en Al Ándalus ni en la España católica, pero durante un tiempo los enclaves judíos le echaron un ojo a las poblaciones católicas en ciudades clave como Córdoba, Granada y Toledo. Los líderes judíos consiguieron posiciones de poder, como visires (primeros ministros), banqueros y consejeros. Otros escribieron brillantes obras literarias, la mayoría en árabe. Por tanto, los judíos fueron durante un tiempo una clase intermedia entre los hegemónicos musulmanes y los vencidos católicos. Esta fue la llamada “Edad de Oro judía de España”. Pero los judíos seguían siendo dhimmis, un grupo sometido y servidor de los gobernantes musulmanes.

Los movimientos rigoristas ocurren de forma cíclica en la historia del Islam, desde los almorávides al actual ISIS

Estos presumiblemente “mejores tiempos” acabaron del todo con la llegada de los yihadistas almorávides y almohades. Tanto los judíos como los católicos fueron víctimas de su furor religioso. Muchos judíos emigraron a tierras católicas, donde algunos de ellos llegaron a ser importantes escritores (el autor de el Zohar) y gente de influencia (diplomáticos, banqueros, recaudadores de impuestos, ministros de hacienda de los reyes). Participaron en los logros del reinado de Alfonso X el Sabio de León y Castilla (1221-1284), quien reunió en Toledo a los hablantes de muchas lenguas y ordenó la traducción desde obras morales árabes como Calilla e Dimna junto con la producción de tratados hispanos de ciencia, legislación e historia, y él mismo escribió poemas en castellano y un clásico de la literatura en gallego, las Cantigas de Santa María.

Después de la conversión, algunos miembros de antiguas familias judías (los llamados conversos) alcanzaron importantes posiciones dentro del gobierno (como el adinerado Luis de Santángel, recaudador de impuestos y funcionario económico de Fernando e Isabel, y Gabriel Sánchéz, tesorero de la Corona de Aragón) y de la Iglesia (obispo Pablo de Santa María y Tomás de Torquemada), e incluso se mezclaron con la nobleza. También sufrían sangrientas persecuciones de forma periódica a manos de los campesinos y las clases bajas urbanas a la vez que generalmente tenían protección de la alta nobleza y los escalones más altos de la Iglesia, en cierto modo similar a la “protección” islámica. Este patrón había sido también evidente bajo dominio musulmán: en Granada en 1066 -antes de la llegada de los almorávides- una turba de musulmanes asesinó al rabino y visir Josef Ibn Nagrella y destruyó la comunidad judía en su totalidad;  murieron miles -en un número que los asesinados por las turbas en Renania a inicios de la Primera Cruzada. Hablando acerca de estos eventos, las memorias del rey Abdala de Granada (1090) hacen referencia a esteretipos anti-judíos hacia el visir: avaricia, engaño, traición y favoritismo hacia sus correligionarios. El recelo musulmán hacia la comunidad judía duró hasta el fin del dominio islámico: antes de rendir Granada a Fernando e Isabel en 1492, los musulmanes añadieron una cláusula en el tratado de paz para protegerse de la temida hegemonía judía : “sus Majestades (los Reyes Católicos) no permitirán a los judíos ser señores o recaudadores de impuestos sobre los moros“. “La Edad de Oro de igualdad de derechos fue un mito“, escribe el historiador Bernard Lewis. “y la creencia en ello fue el resultado más que una causa de la simpatía judía hacia el islam“. Sin embargo, algunos escritores continúan insistiendo en que “los judíos vivían feliz y productivamente en España durante cientos de años antes de la Inquisición y la expulsión de 1492”.

Reconstrucción del palacio de Medina Azahara

Veamos más de cerca las pruebas de la supuesta armonía multicultural andalusí. Este ilustrado estado supuestamente tuvo su culmen bajo el ejemplar reino de Abderramán III, “el Siervo de los Misericordiosos“. Las palabras de admiración del historiador musulmán contemporáneo a él, Ibn Hayyan, revelan sin embargo un panorama distinto : Abderramán III, mantuvo el islam a salvo de la disensión religiosa “salvándonos del problema de tener que pensar por nuestra cuenta“, bajo él “el pueblo era uno, obediente, sumiso, tranquilo, no autosuficiente, gobernado más que gobernante“, tuvo éxito aplicando la inquisición religiosa de forma eficiente, “persiguiendo a las facciones por todos los medios posibles…castigando las innovaciones de aquellos que se apartaban de las opiniones de la comunidad. Este gobernante del siglo X, mucho antes de los almorávides y almohades, era tan efectivo porque estaba manteniendo el control gracias a esa minuciosidad tan admirada por el cronista, la cual incluía la exhumación del muladí (musulmán de parcial o total ascendencia católica) rebelde Omar ben Hafsun y su hijo- con el objetivo de demostrar que los dos habían muerto como católicos y justificar así la profanación pública de sus cuerpos. Con el dinero recaudado de los impuestos a católicos y judíos y el botín obtenido a través de incursiones militares en tierras católicas, Abderramán III no solo embelleció Córdoba sino que construyó para su esclava favorita un espléndido palacio, Medina Azahara. Incluía 300 baños, 400 caballos, 15.000 eunucos y sirvientes, y un harén -no es una institución católica- de 6.300 esclavas. En 1010, durante su yihad los almorávides destruyeron el palacio y degollaron a todos sus habitantes.

En el siglo IX, una vez más antes de la invasión de almorávides y almohades, el hombre de letras Ibn Hazm vio como sus obras eran quemadas y fue encarcelado varias veces. Y mucho después del dominio almorávide y almohade, un pensador del siglo XV Ibn al-Jatib fue perseguido, se exilió en Marruecos y fue asesinado en prisión. De hecho, ya en el primer siglo después de la conquista, la escuela islámica malikí “configuró una sociedad cerrada en la que alfaquíes, muftís y cadís ejercían un férreo control sobre las poblaciones musulmana y no musulmana”. No sorprende que cuando la corrección política aún no existia, el gran historiador del islam Évariste Lévi-Provençal observó que “el Estado musulmán andalusí aparece desde sus más tempranos inicios como el defensor y campeón de la ortodoxia más rigorista, cada vez más asentado en un respeto ciego hacia la doctrina rígida, sospechando y condenando de antemano hasta el más mínimo esfuerzo de especulación racional.

La mayoría de los musulmanes andalusíes pertenecían a esta escuela maliquí. Una muestra de sus enseñanzas puede encontrarse en los escritos de dhimma del jurista Ibn Abdun (Sevilla, 1100 c.):

Un musulmán no debe actuar como  masajista a un judio o cristiano;  no tiene que limpiar su basura ni limpiar sus letrinas. De hecho, el judío y el cristiano son más adecuados para este tipo de trabajo … Un musulmán no debe actuar como guía o mozo de cuadra para un animal propiedad de uno [no musulmanes] …. Está prohibida la venta de un abrigo que perteneciese a un leproso, un judío o un cristiano, a menos que el comprador esté informado de su origen; del mismo modo si esta prenda alguna vez perteneció a una persona corrompida …. ningún judío o cristiano puede ser autorizados a usar el vestido de un aristócrata, ni de un jurista, ni de un individuo rico …. En efecto,  “Satanás ha ganado el dominio sobre ellos, y les hizo olvidar la Memoria de Dios. Esos son parte de Satanás “(Corán S. LVIII. 19). Un signo distintivo debe ser impuesto sobre ellos para que puedan ser reconocidos y esto va a ser para ellos una forma de desgracia; el sonido de las campanas debe estar prohibido en los territorios musulmanes y reservado sólo para las tierras de los infieles; está prohibido vender a los judíos y cristianos libros científicos a no ser que traten de su legislación particular. Han traducido libros científicos y los atribuyeron a sus correligionarios y sus obispos, ¡pero realmente son obra de musulmanes! Sería preferible no dejar que los médicos judíos o cristianos tratasen musulmanes. Puesto que son incapaces de sentimientos nobles hacia los musulmanes, dejadles que traten a sus compañeros infieles; conociendo sus sentimientos, ¿cómo es posible confiarles la vida de los musulmanes?

 Por supuesto, este tipo de ordenanzas oficiales no siempre eran obedecidas. Pero la laxitud del cumplimiento de la ley no era algo exclusivo de Al Ándalus. También ha existido en otras sociedades, la mayoría de las veces para los ricos o poderosos. Tal y como Ibn Abdun otra vez sabiamente escribe, “nadie será absuelto de la transgresión de la ley religiosa, excepto en el caso de gente de alta posición social, quienes serán tratados de acuerdo a como los estipulan los hádices: “Perdonad a aquellos de elevada posición social, ya que para ellos el castigo corporal es más doloroso”.

Examinemos la tolerancia racial. El Corán no proclama la superioridad innata de ninguna raza. Pero la esclavización de negros africanos fue una parte arraigada de la cultura de Al Ándalus, así como lo era el prejuicio racial. En sus Proverbios, al-Maydani (1124) escribió: “el negro africano, cuando está hambriento roba; y cuando está saciado, fornica“. Viajando a través de África, Ibn Battuta (1207-1377?) aseguró que los negros eran estúpidos, ignorantes, cobardes e infantiles. Esas actitudes pueden encontrarse a lo largo y ancho del mundo islámico. Al principio de las maravillosas Mil y una noches, lo peor del adulterio de las mujeres de los reyes Sahzman y su hermano Shariyar es que su infidelidad fue con negros. En Noche 468, un esclavo negro es premiado por su bondad siendo transformado en un hombre blanco. Un caso similar ocurre en la “Epístola del Perdón” del siglo IX, de al-Ma’arri, donde una mujer negra, debido a su buen comportamiento, acaba como hurí blanca en el Paraíso.

En 1068, antes de la llegada de los almorávides, el cadí del Toledo musulmán, el árabe Sai’d Ibn Ahmadi, escribió un libro clasificando las naciones del mundo. En él calificaba de bárbaros a los habitantes del extremo norte y sur, describiendo a los europeos como pálidos y mentalmente limitados debido a estar poco cocinados por el sol, y a los africanos como negros, estúpidos y violentos por haber sido demasiado cocinados. A diferencia de ellos, los árabes estaban hechos en su punto. La consciencia racial llevó a insistir al andalusí Ibn Hazm en que el profeta Mahoma, su familia y sus predecesores eran todos blancos y rubicundos.

¿Y qué hay acerca de la aseveración del “progresista” estatus de la mujer en Al-Ándalus? Los tratados musulmanes cuentan una historia diferente. Ibn Abdun enumera una serie de reglas sobre el comportamiento de la mujer en la vida cotidiana: “los viajes en barco de mujeres con hombres por el Guadalquivir deben ser suprimidos”; “Hay que prohibir a las mujeres lavar la ropa en los campos, ya que los campos se convertirán en burdeles. Las mujeres no deben sentarse a la orilla del río en el verano, cuando los hombres lo hagan “; Uno debe sobre todo estar alerta hacia las mujeres, puesto que el error es más común entre ellas.” En otra parte, también condena el consumo de vino, los juegos de azar y la homosexualidad, siguiendo el Corán y los hádices. Las mujeres verdaderamente “liberadas” como la ahora muy admirada Wallada bint al Mustakfi (994-1091) fueron excepciones. La mujer promedio en Al Andalus era tratada de la misma forma que en otros lugares bajo la sharia islámica, con prácticas como la de usar el hiyab (siguiendo el pasaje S. XXXIII. 59 del Corán), estar en lugares separados a los hombres, el confinamiento en el hogar y otras limitaciones que no existían en las tierras católicas.. Incluso en la tan elogiada  poesía de El collar de la paloma muestra actitudes que hoy en día serían consideradas como misóginas.

Mujer morisca

Lo que induce a error a algunos observadores es un fenómeno que ocurre en muchas sociedades: por un lado, los hombres tratan a sus esposas, hermanas e hijas como dignas de respeto mediante ciertas maneras que los hombres consideran bien intencionadas, y que pueden incluir recluírlas en casa, manteniéndolas alejadas de las oportunidades de tener sexo fuera de los canales aceptado, o incluso ocultar sus rostros y los contornos de su cuerpo; por otro lado, los mismos hombres conceden mucha “libertad” a las mujeres que no consideran dignas de respeto, como bailarinas, cantantes, concubinas, amantes, esclavas o prostitutas, que pueden mostrar una mayor “conocimiento” y “sofisticación intelectual” que sus más respetadas hermanas. Este fue el caso, por ejemplo, de la Antigua Grecia, en la cual Pericles podía dejar participar a su amante Aspasia en áreas de la vida pública impensables para una griega que fuese esposa, hermana o hija. Sin embargo, nadie habla de la notable libertad concedida por la Antigua Grecia a sus mujeres. Esta diferencia de trato era, de hecho, notada por escritores musulmanes como Al-Yahiz en el Oriente Medio del siglo IX; y trescientos años después el gran filósofo andalusí Averroes observó que las cosas no habían cambiado: las vidas de las mujeres libres, decía, eran similares a las de una planta y giraban alrededor de parir y críar hijos. Averroes deploraba tal situación, pero tales desacuerdos eran precisamente lo que contribuyeron a su persecución y finalmente expulsión de al-Ándalus.

Los logros artísticos justamente célebres de Al Ándalus sufren de limitaciones relacionadas. La falta de una autoridad central en el Islam sunní, la forma dominante de Al-Andalus, permitía a los clérigos una gama de interpretación que iba desde ver con desprecio ciertas actividades hasta rechazarlas por completo. De este modo, las representaciones artísticas de Mahoma y de la forma humana en general se han rechazado casi por unanimidad durante todo el Islam, aunque se encuentran excepciones en algunos países en algún momento u otro, por ejemplo en Persia y Turquía. Esta prohibición fundamental ha reducido la gama artística del Islam, sin que el cuerpo humano tenga representación y la pintura se limite a líneas abstractas y curvas.

Con la música existe un problema incluso más grande. El islam no prohibe la creación de música, y una vez más, los ricos y poderosos tenían más libertad y a veces podían patrocinar a músicos y cantantes que en Al-Ándalus gustaban a ricos y pobres por igual. Pero la posición religiosa dominante ha sido la de impedir la existencia de la música tanto como fuera posible. Malik ben Anas (713-795), fundador de la escuela islámica maliquí a la cual la mayoría de musulmanes andalusíes pertenecían, consideraba a la música enemiga de la religiosidad. De ahí que Ibn Abdun dijese “los músicos deben ser suprimidos y si esto no se pudiese hacer, por lo menos se les debe impedir que toquen música a menos que tengan permiso del cadí“. Incluso hoy en día, algunos ascetas islámicos prohíben el uso de música en los actos religiosos. De hecho, la música que se oye en las mezquitas no va más allá de las panderetas, un instrumento no propicio para la creación de grandes partituras musicales. El curioso resultado fue que en Al Ándalus la mejor música “árabe” resulta ser mozárabe, es decir, la música de los católicos que vivían bajo dominio musulmán: los católicos podían y adaptaron sonidos “musulmanes” a un ritual religioso -la misa- que no tenía problemas en usar música para propósitos espirituales y que como resultado ha dado lugar a impresionantes composiciones de orquestas y coros.

Similarmente,  a menudo se mencionan otras violaciónes de prácticas musulmanas (como la prohibición de beber vino) por parte de los poderosos como prueba de la tolerancia única de Al Ándalus, como resultado de la influencia corruptora de los católicos que bebían vino sin restricciones. Tales excepciones no eran exclusivas de Al Ándalus. También se pueden encontrar en otras comunidades musulmanas a lo largo del Mediterráneo donde la histórica influencia católica se ha mantenido relativamente fuerte, como en Túnez. La influencia de las civilizaciones no musulmanas puede explicar también otras desviaciones de la ortodoxia, no sólo en Al Ándalus, sino en lugares como Persia (Irán) y la India. En la existencia de cuentos subidos de tono en las Mil y una Noches también se puede rastrear su origen en los persas pre-musulmanes e incluso en los cristianos bizantinos. El poeta musulmán Omar Khayyam cantó sobre las bellezas de vino, del canto y del sexo, pero era persa. Otro ejemplo es el poeta andalusí Ibn Quzman, muy elogiado hoy por su canto al erotismo y la homosexualidad: sus admiradores pasan por alto que él era rubio y de ojos azules, y que estos hechos, junto con un nombre como Ibn Quzman (Guzmán o Guttman) indican que era de origen hispano (de hecho visigodo, es decir germánico).

Para ser justos con el Islam, hay que admitir que la convivencia tampoco fue fomentada por los otros dos grupos religiosos de Al-Ándalus. Las clases bajas católicas no albergaban precisamente buenos deseos hacia los musulmanes, judíos o los de su propia religión que se convirtían al Islam- a quienes llamaban “renegados”. Su baja posición en el tótem andalusí impidió que actuasen en base estos sentimientos, a los que a veces daban rienda suelta en las tierras católicas; pero en Al Andalus católicos eran una parte integral de un sistema social multicultural caracterizada por el “aislamiento de los diferentes grupo, contactos superficiales y odios recíprocos.” Es cierto que el Corán afirma que los cristianos tienen mayor estima a los musulmanes que los judíos (S. v. 82), pero esta ventaja teórica no era de mucha ayuda en la práctica. Los católicos incluso sufrieron deportaciones masivas: a principios del siglo XII, los musulmanes expulsaron a los católicos (mozárabes) de Málaga y Granada a Marruecos. Los musulmanes rara vez autorizaban la construcción de nuevas iglesias, la reparación de las antiguas o hacer sonar las campanas. En la Granada del siglo XII, los musulmanes destruyeron a toda la población católica. Incluso los muladíes, descontentos con su situación de inferioridad, se rebelaron contra sus gobernantes (como Omar Ben Hafsun), mientras que los mozárabes también estaban enojados por su condición y en ocasiones se aliaron con sus hermanos de los reinos católicos.

La comunidad judía española no era mucho más tolerante, quizás a causa de un “contagio” de fervor religioso de musulmanes y  católicos. La autonomía otorgada por su estado de dhimmi en Al Andalus también puede haber favorecido la intolerancia. En Granada, el rabino y visir Ibn Nagrella “El Príncipe” se jactaba de que “[en Al Ándalus]  los judios estaban libres de herejía, a excepción de algunas ciudades cercanas a reinos cristianos, donde se sospecha que viven algunos herejes en secreto. Nuestros predecesores han azotado  a una parte de los que merecían ser azotados y han muerto a causa de la flagelación. “ En el siglo XI, en tierras católicas los judíos ortodoxos perseguieron a la entonces próspera comunidad judía caraíta, que rechazaba la autoridad del Talmud, y los expulsaron. La literatura judía hispana no era reacia a mostrar hostilidad hacia musulmanes y católicos: Abraham bar Hiyya (dC 1136) se concentró en los católicos, mientras que el Cancionero de Antón de Montoro prefería satirizar a los mudéjares. Tanto los musulmanes como los católicos eran tratado con dureza en algunas de las obras del comentarista talmúdico y filósofo andalusí Maimónides (1135-1204) . Sus opiniones podrían haber sido afectados por sus malas experiencias: las conversiones forzadas de los almohades forzaron a escapar a Maimónides y a su familia, primero hacia los reinos católicos y más tarde a Marruecos y Egipto. No es de extrañar que en una carta a los judíos yemenitas escribiese que ninguna “nación” se podía comparar con el Islam en relación al daño y la humillación inflingida a “Israel“.

Desde cualquier punto de vista objetivo y  pesar de sus innegables logros artísticos, literarios y científicos, y del pensamiento moderno multicultural que trata ignorar las pruebas de lo contrario, Al Ándalus no era un modelo de armonía multicultural. Al Ándalus fue acosada por conflictos religiosos, políticos y raciales, controlados en el mejor de los casos mediante la aplicación de fuerza tiránica. Sus logros son inseparables de sus disturbios internos.

Entonces, ¿cómo se puede explicar la persistencia de la creencia de que Al Ándalus era una tierra de coexistencia pacífica? El historiador Richard Fletcher ha intentado dar una posible explicación: “[En] las condiciones culturales que prevalecen hoy en Occidente el pasado ha de ser comercializado, y para ser comercializado con éxito tiene que ser empaquetado de forma atractiva. La España medieval en su estado natural carece de un gran atractivo. Las fantasías autocomplacientes de glamour … hacen maravillas en cuanto se trata de dar forma a su imagen. Pero la España mora no fue una sociedad tolerante e ilustrada, incluso en su época más cultivada”.

Otra explicación podría ser la que se podría llamar auto-odio español, lo contrario de lo que una vez fue el auto-engrandecimiento español. Este punto de vista se alía sin esfuerzo con el odio de muchos no-españoles hacia la España católica, en una actitud que tarde o temprano nos lleva a la condena de la conquista española de las Américas por Bartolomé de las Casas -a la vez ignorando la pregunta de por qué no existió un De las Casas inglés, holandés o francés que criticase a ingleses, franceses u los holandeses, como si estas naciones hubieran llevado a cabo conquistas que dejasen intactas a las poblaciones nativas de sus tierras coloniales.
Una explicación más convincente podría ser que ensalzar al-Andalus ofrece la doble ventaja de favorecer sutilmente el multiculturalismo y rechazar el cristianismo, que es uno de los fundamentos de la civilización occidental. Este mecanismo no es muy diferente que el que funciona en la mente de aquellos que odian intensamente la cultura occidental  pero que con la caída del comunismo se ven sin ninguna alternativa clara, y así se aferran al Islam como un náufrago se aferra cualquier cosa que flote.
Así, cualquiera que no le guste la cultura occidental o el cristianismo –por cualquier motivo, ya sea religioso, política o cultural- continúa felizmente señalando, independientemente de los hechos, lo mala que era la  España católica comparada con el paraíso musulmán.

Origen: El mito del paraíso de Al Andalus | Soul Guerrilla

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