MÁRTIRES DE LA DIÓCESIS DE TOLEDO
Del listado de 321 mártires que forman la Causa de Toledo, aparecen a continuación los publicados hasta ahora en el semanario «Padrenuestro». Éste se irá completando a medida que vayan apareciendo en dicho semanario.
Gregorio nació el 13 de febrero de 1876 en Orbó (Palencia), archidiócesis de Burgos. Tres días después recibió las aguas bautismales. Llamado por el Señor a la vocación sacerdotal, el 6 de junio de 1903 recibía las sagradas órdenes al presbiterado, en la Capilla del Palacio Arzobispal de Burgos, de manos de Fray Gregorio Mª Aguirre y García. Su primer destino, fechado el 7 de agosto de 1903, fue ecónomo de San Julián en Leva (Burgos). |
Pero, sigamos con algunas pinceladas de la vida de D. Gregorio. Tras ser coronada canónicamente la imagen de la Virgen del Pilar, en 1905, años después, en 1908, tuvo lugar el IV Congreso Mariano Internacional, coincidiendo con el centenario de los Sitios de Zaragoza. Conservamos el diploma de asistencia de D. Gregorio en el que se le distingue “con especial benevolencia… por contribuir al mayor éxito y esplendor de dicho Congreso… y habiendo vos correspondido a tan soberanas muestras de la predilección pontificia… extendemos el presente diploma como testimonio de vuestro amor a la Virgen Inmaculada y de vuestra fidelidad al Sumo Pontífice.” |
PABLO ARIAS MAESTRO |
Escribe Luis Moreno Nieto en la introducción al libro “25 años de Juventud. Crónica de los Jóvenes de Acción Católica de Mora de Toledo”: “Para comprender bien el significado de este libro habría que dar un salto atrás y evocar aquellos días de 1932 en los que el simple hecho de acompañar a un sacerdote por la calle o ir a misa los domingos era ganarse el rencor de la mitad del pueblo. Entonces había muchachos de quince a veinte años que se lanzaban a organizar Ejercicios Espirituales, Asambleas, Peregrinaciones, Vigilias y Círculos de Estudio, con la amenaza constante de la paliza nocturna o algo peor… y, que aquello no era un juego de muchachos enardecidos se vio poco después, cuando la mayoría de ellos fue asesinado”. |
Luego continuó la persecución que se cebó con el Centro de la Acción Católica: “No fueron los jóvenes de Acción Católica los últimos en caer. Muchos cayeron solamente por eso, por su condición de jóvenes católicos, de afiliados a una Asociación católica y apostólica”. Los que tiempo atrás quisieron acabar con Pablo Arias, ese 21 de julio, volvieron a la carga… no le habían olvidado y no quisieron aplazar su muerte. Fue fusilado en Mora de Toledo y su cuerpo acribillado quedó en el sitio en que había caído durante varias horas. Hoy sus restos están en la Capilla de los Mártires de la iglesia parroquial de Mora. |
ANTONIO CANDELA VICENTE |
La Compañía de Santa Teresa de Jesús, religiosas que fundara San Enrique de Osso, conocidas popularmente como teresianas trabajan en Mora de Toledo. Allí se conserva un álbum con el rostro de los antiguos alumnos que murieron en los años de la guerra. Algunos de ellos, puesto que han sido escogidos por la Iglesia para formar parte del proceso de mártires que se instruye en nuestra archidiócesis desde el año 2002, han ido desfilando por este rincón de “Padre Nuestro” para mostrarnos sus rostros y hablarnos de su vida y de su martirio. |
Con motivo de la bendición de la bandera, el 30 de diciembre de 1934, Antonio Rivera, que era presidente de la Unión Diocesana de la Juventud de Toledo y, por supuesto, de la Acción Católica, dijo en una de las conferencias de aquel día que “había que merecer la victoria antes de dar la batalla”.
Y allí también estuvo otro de ellos, dispuesto a dar a batalla, luchador pero sin armas: era el Siervo de Dios Antonio Candela Vicente. Conocido por todos, por su forma de ser y por su apostolado… no se recataba de su condición de católico ni menos de pertenecer a los jóvenes de la Acción Católica. Todos le querían, precisamente por su carácter y apunta su escueta biografía que “porque supo del valor y del heroísmo, el Señor le premió… y por eso hoy su nombre está entre el de nuestros mejores”. Después de las primeras oleadas de detenciones y asesinatos. Murió fusilado el último día del mes de septiembre. |
MARIANO CARRILLO PÉREZ |
La población de Mora se vio salpicada por las primeras muertes martiriales, tras haberse iniciado tres días antes la Guerra Civil española. Tras el asesinato del párroco, el Siervo de Dios Agrícola Rodríguez, el primer mártir de la Acción Católica será el Siervo de Dios Mariano Carrillo Pérez. Según se sabe, fue en el curso 1930- 1931 cuando echó a andar el Centro de los jóvenes de Mora al abrirse una escuela nocturna y una biblioteca. Aunque no será hasta 1932 cuando se abre oficialmente |
A partir de entonces la vida del Centro estaba cuajada de realidades de todo tipo; había en todos una intensa vida de piedad que hacía desafiar, cuando era necesario, el miedo que muchos sentían de cruzar la plaza para ir a la iglesia. Los círculos de estudios, la escuela nocturna, etc., se completaban junto a actividades recreativas y deportivas, se adquiere una mesa de billar, se prepara un campo de tenis… La familia de Mariano Carrillo conserva ésta única foto a caballo que ilustra nuestra artículo. Aunque en el libro donde se cuenta la historia de los jóvenes de la Acción Católica de Mora aparece una foto-retrato del Siervo de Dios. |
DARÍO Y MARCOS ESCOBAR COLLADO |
Del cristiano matrimonio formado por D. Valentín Escobar de los Santos y de María Collado Mendoza. Ambos naturales de Villamuelas (Toledo) nacieron cuatro hijos, dos de ellos fueron sacerdotes, Darío y Marcos. Don Valentín fue durante muchos años maestro de niños en la localidad de La Guardia (Toledo). Desde 1875 a 1909. La huella de su dedicación a la enseñanza fue tal, que el colegio público de este pueblo sigue llevando su nombre, desde febrero de 1931. Por este motivo sus hijos, nacieron en La Guardia, a pesar de que toda su familia procedía de Villamuelas.
Nació en La Guardia (Toledo), el 17 de noviembre de 1879. Bautizado en la parroquia de La Guardia, el 23 de noviembre de 1879. Con el nombre de Darío-Gregorio. Ordenado sacerdote el 19 de diciembre de 1903. Cargos ejercidos: Coadjutor de Gálvez, (Toledo) 1904. Coadjutor de Huerta de Valdecarábanos. 1907. Párroco de Almiruete.(Guadalajara) 1908. Párroco de Alocén Guadalajara) 1914. Regente de Villamuelas 1921. Capellán del Convento de Yepes 1927.Ecónomo de Las Herencias hacia 1933. Regente de Ventas de Retamoso en 1936. Siendo regente de Ventas de Retamoso, se encontraba al iniciarse la persecución junto a su familia en Villanuelas. Las recientes investigaciones y averiguaciones nos hacen aseverar que en Paracuellos no fue fusilado, ya que no está allí registrado. Nos inclinamos a afirmar que hubo de recibir el martirio con don Juan, ya que si llegaron juntos a la checa de la estación de Atocha, juntos pudieron ser asesinados. En el registro civil de Villaverde se localizó tras la guerra, la partida de don Juan, por averiguaciones que hizo la familia y por indagaciones recientes en el mismo registro, hemos visto que en una página antes que la inscripción de don Juan, aparece una partida de un hombre sin identificar, encontrado en el mismo lugar día y hora que el cadáver de don Juan, en esa fecha y lugar no hay ningún otro cadáver, sino en fechas posteriores. Por tanto podemos afirmar, apoyados por este documento y por las circunstancias de martirio de Don Juan, que don Darío fue asesinado junto al párroco de Villamuelas y abandonado su cadáver en el kilómetro 7 de la carretera de Andalucía, término de Villaverde, el 9 de agosto de 1936.
Nació en La Guardia (Toledo), el 22 de octubre de 1883. Bautizado en La Guardia el 25 de octubre de 1883, con el nombre de Juan-Marcos, siendo sus padrinos el párroco Don Marcos Cádiz y la hermana de éste, Cira Cádiz. Fue ordenado sacerdote el 15 de diciembre de 1907. Cargos ejercidos: Párroco de Muriel y Sacedoncillo (Guadalajara) 1907. Regente de Ontígola 1916. Regente de Lezuza (Albacete) 1917. Párroco de San Bartolomé de las Abiertas, 1918. Regente de Huerta de Valdecarábanos, 1921. Regente de Villanueva de Bogas, 1922. Ecónomo de Humanes y Razbona (Guadalajara) 1924. Párroco de la Torre de Esteban Hambrán, en 1936. El 22 de julio fue detenido en la Torre de Esteban Hambrán, de donde era cura ecónomo, a las veinticuatro horas fue puesto en libertad y ocho días después se le permitió irse a Madrid. Allí fue acogido en casa de unos conocidos de Villamuelas, que regentaban un comercio en el centro de la capital. Escondido durante semanas en el sótano de la tienda, decidió don Marcos salir de su escondite pensando que el peligro podría ya haber pasado, por lo que vivía con toda normalidad haciéndose pasar por un empleado de la tienda. Pero algún cliente tuvo que reconocerle, por que al poco tiempo se presentaron milicianos de Villamuelas buscándole y a pesar de estar escondido le encontraron y fue encarcelado. Según la declaración de su sobrina Paz Escobar Chueca, hecha para la Causa General el 1 de mayo de 1939, declara que el 28 de agosto de 1936 fue detenido don Marcos, en la calle de san Bernardo, por las milicias de Villamuelas y conducido a la comisaría del distrito de Universidad y que pudo visitar por última vez que a su tío, el día 21 de octubre de 1936, en la cárcel de Porlier. |
Según los documentos de la Causa General sobre la cárcel de Porlier, fue elegido en 24 de noviembre para ser asesinado, pero no se produjo la saca hasta el 3 de diciembre de 1936, en Paracuellos del Jarama, donde consta su nombre en los listados publicados. Agradecemos a D. Juan-Antonio López Pereira, actual párroco de Miguel Esteban (Toledo) el presente artículo. Advertimos a los lectores que se habló de estos hermanos sacerdotes, de manera sucinta al tratar del Siervo de Dios Juan Aguado García-Alcañíz párroco de Villamuelas, en el nº 909 de Padrenuestro (Nuestro mártires / 40), pero con algunas imprecisiones y equivocaciones involuntarias. |
EDUARDO MARTÍNEZ CASAS | |
Natural de La Alberca de Záncara (Cuenca) nació el 20 de mayo de 1905. Don Eduardo, huérfano de madre, fue niño del Beato Joaquín de la Madrid Arespacochaga. Se ordenó el 9 de diciembre de 1928, y, cantó misa en su pueblo natal el 18 de diciembre. Sabemos por el recordatorio de ese día que fue el Siervo de Dios Serapio García Toledano el orador de la primera misa. En dicha estampa se pide una oración por “el nuevo Presbítero, Superior y hermanos del Colegio de Huérfanos de la Inmaculada Concepción, de Toledo, quienes, con su solícita protección, han guiado al nuevo Presbítero desde su infancia hasta llegar a la altísima dignidad sacerdotal”. Al estallar la guerra, siendo ecónomo de Carriches (Toledo), las autoridades republicanas le expulsaron del pueblo a él y a su anciano padre, con quien vivía. Se encaminaron a la población de Torrijos con ánimo de obtener un salvoconducto para trasladarse a Madrid, pero no lo consiguieron. Entonces también a pie se dirigieron a Escalonilla, donde Don Eduardo había sido coadjutor; mas no los aceptaron. Se volvieron a Torrijos y no mucho después eran detenidos y conducidos cerca de Albarreal de Tajo. Al darse cuenta que los iban a matar, el joven sacerdote abrazó a su anciano padre, muriendo así ametrallados. Era el 1 de agosto de 1936. Su padre se llamaba Senén Martínez Martínez. El recordatorio de la misa de difuntos es sobrecogedor: … “ofrendando sus vidas por la religión y por España dieron su alma al Señor, víctimas de los enemigos de Dios y de la Patria. Inmenso es el dolor de sus familiares e inmensa también la dicha de contar entre los moradores del Cielo dos santos con palmas de martirio, un padre ferviente cristiano que da a Dios y a la Iglesia un hijo sacerdote, y un hijo sacerdote digno de tal padre, apóstol ardiente, padre de los pobres, modelo de virtudes. Padre e hijo murieron en estrecho abrazo al grito de ¡Viva Cristo Rey!” |
JESÚS FERNANDEZ MARTÍN | |
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Nació el 14 de enero de 1906 en Sonseca (Toledo). Sus padres se llamaban Modesto y Juana y tuvo tres hermanos: María, Aniceta y Nicolás. De condición humilde, recibió del Duque de Bailén la ayuda suficiente para poder realizar los estudios en el Seminario. Así lo podemos leer en su estampa de primera misa, donde se nos dice que fue padrino de honor Don José López de Haro en representación del Excmo. Sr. Duque de Bailén “protector del misacantano”. Recibió la ordenación sacerdotal el 15 de abril de 1933. Ese año el Papa Pío XI había convocado un Año Jubilar con motivo del XIX centenario de la Redención. Como por aquel entonces sus padres vivían en Toledo, cantó su primera misa a los ochos días, el 23 de abril, en la parroquia de Santo Tomé. Este joven sacerdote al estallar la guerra ejercía de párroco en Casasbuenas (Toledo). El 25 de julio fue expulsado de su parroquia, marchando a su pueblo natal. Más aquí vio que el peligro era mayor y se volvió a Casasbuenas. Según sabemos por declaraciones de su propia familia, será entonces cuando sus padres se trasladan a esta localidad para estar con su hijo. Una familia amiga les aconsejó que se escondieran en un olivar próximo, y así permanecieron ocultos “algunos días” en el campo sin entrar en el pueblo. Las milicias descubrieron su paradero, y a primeros de agosto, milicianos de El Pulgar (Toledo) vinieron a por él. “Aparecieron unos individuos, con un coche, que arrancándoselo de los brazos de su madre” se lo llevaron al pueblo haciéndole escribiente del comité local. La postulación conserva la fecha del martirio del 21 de noviembre de 1936. Gente del pueblo narró a la familia que en el momento del martirio, tras llevarle a una taberna, se mofaron de él y le obligaron a pisotear e injuriar a un crucifijo que habían tirado al suelo. Don Jesús se resistió, por lo que lo torturaron y atándolo a un caballo lo arrastraron por un camino. Por último lo mataron y tiraron a un arroyo. |
IGNACIO GARCÍA-CABAÑAS MOHINO | |
Natural de Yepes (Toledo) había nacido el 15 de febrero de 1902. Hijo de Jesús García-Cabañas Ortega, de profesión jornalero y de Carolina Mohíno López, recibió las aguas bautismales el 21 de febrero. Vivían en la calle de la Fuente de Yepes. Tras realizar sus estudios sacerdotes en el Seminario de Toledo. Tras recibir el subdiaconado el 23 de septiembre de 1923 y el diaconado en 1924, fue ordenado sacerdote el 14 de junio de 1924, con dispensa de edad. Entre sus primeros destinos está la parroquia de Valdenuño-Fernández (Guadalajara). A ella llegó después del concurso de parroquias celebrado en 1925. En 1935 toma posesión de la parroquia de Nuestra Señora de la Asunción de Quismondo (Toledo), donde destacó por su sencillez y por su caridad para con los más necesitados. Al estallar la guerra, las autoridades republicanas primero le retuvieron en su propio domicilio, luego, el 27 de julio, le expulsaron del pueblo. Con un seglar de confianza caminó hasta cerca de Novés (Toledo); pero antes de llegar, le salieron al encuentro las milicias, que obligaron al acompañante a volver al pueblo, mientras ellos apaleaban a Don Ignacio, le robaban cuanto llevaba y al final le acribillaban a tiros.
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Había nacido en Toledo el 14 de abril de 1893. Sus padres se llamaban Alejandro y Marta. Segundo de siete hermanos.
El 21 de julio de 1936, tomada la ciudad imperial por las fuerzas republicanas, dejó la casa parroquial y se refugió en otra cercana con su hermano Aureliano. Pero, denunciada allí su presencia por alguien, tuvo tiempo de huir y refugiarse con unos familiares del Siervo de Dios Benito Abel de la Cruz, Varaplata de la SICP de Toledo, éste había sido asesinado el 27 de julio. Dándose cuenta del riesgo en que ponía a esa familia, con quien tenía mucha relación, decidió regresar a la casa parroquial de Santa |
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URSINIO PÉREZ CHOZAS | ||
Natural de Tembleque (Toledo) había nacido el 27 de septiembre de 1897, hijo de Torcián y de Mª de los Santos. Cuando aún no había cumplido su primer año de vida falleció su madre. Su padre, que regentaba en el pueblo una modesta tienda de ultramarinos, se casó en segundas nupcias con Encarnación Novillo, la cual trató a Ursinio y a Emiliana, hijos del primer matrimonio como a hijos suyos, educándolos con todo el cariño. Del nuevo matrimonio nacerían Nicasio, Joaquina y Concepción. Ursinio fue desde niño despierto, inteligente y cariñoso. Poco a poco se fue desarrollando y acrecentando su vocación religiosa. Ingresó en el Seminario de Toledo. Su familia ha conservado esta fotografía del curso 1914-1915 y, junto a ella, tantos recuerdos de esa etapa. Toda la familia se sacrificó para que no le faltara de nada, aunque el joven estudiante se sabe que utilizaba los libros de sus compañeros para serles menos gravoso. Sus notas eran sobresalientes, obteniendo el consabidomeritissimus. |
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Recibió la ordenación sacerdotal el 20 de marzo de 1920. Sus superiores le ofrecieron el quedarse como profesor en el Seminario pero él deseaba entregarse a las gentes en cualquier parroquia de la Diócesis. Fue destinado a las parroquias toledanas de Yepes y Santa Ana de Pusa. A Luliana y Centenera, en Guadalajara, trasladándose de una a otra a lomos de un burro para poder atenderlas. Más tarde ocupó una capellanía de monjas en Talavera de la Reina (Toledo). De allí pasó a Huecas (Toledo) y, finalmente, cuando estalla la guerra ejercía el ministerio como párroco de El Romeral (Toledo). Al ser liberada Toledo, se encontró una carta dirigida al Arzobispado de Don Ursinio, que la firmaba como regente de la parroquia, con fecha 31 de julio de 1936. En ella daba cuenta de que el 22 de julio la autoridad republicana le requisó todas las llaves del templo y ermitas, y le dijo que se recluyera en su casa; habiendo impedido con energía que las milicias le ejecutaran, como pretendían. Pero luego le pidieron que les entregase las llaves de la casa rectoral y que se ausentase del pueblo por su propio bien; y por esa causa se trasladaba a su pueblo natal, esperando instrucciones. Naturalmente, esa carta no tuvo respuesta. Así pues, el alcalde de El Romeral le pidió que abandonara el pueblo y se marchara con su familia, puesto que corrían rumores de que iban a empezar a matar curas, y él ante esta situación se sentía impotente y no podría defenderle, aunque ya lo había hecho anteriormente. Ursinio se dirigió a Tembleque y se refugió en casa de sus padres y hermanos. Durante unos meses, los milicianos le mandaron realizar las faenas del campo, como la siega. En la madrugada del 4 de diciembre de 1936 llamaron a la puerta. Su hermana, Emiliana, cuando abrió, se encontró con un grupo de milicianos, haciendo un círculo, rifle en mano y apuntando a la puerta. “Venimos a por el cura”. Ursinio, con paciencia y resignación, marchó con ellos mientras el drama familiar quedó latente en la casa. Ambos hermanos estaban muy unidos, tras haberle acompañado Emiliana en varios de sus destinos, por lo que este momento fue tan impactante que la traumatizó de por vida. Tras detener, seguidamente, a Don Vicente fueron conducidos al cementerio de La Guardia (Toledo). Junto a los dos sacerdotes los milicianos asesinaron también a la maestra del pueblo, Antonia González, según consta en la partida de defunción. Según se sabe Don Ursino, antes de morir, recriminó a los asesinos, que eran paisanos suyos, el crimen que estaban cometiendo. El martirio sucedió al comenzar el 5 de diciembre, aunque no se sabe la hora exacta. También del Siervo de Dios Ursinio se sabe que transcurrido el tiempo, un día en que estaba reunida toda su familia, padres y hermanos, una de sus hermanas encontró en un bolsillo de su chaqueta un papel, a modo de testamento. La familia lo conserva como auténtica reliquia. En él decía: “Ante las difíciles circunstancias porque atravesamos y que para mí acusan un seguro peligro de muerte por ser sacerdote, a falta de un testamento que os marcara ruta a seguir, hoy nueve de octubre de mil novecientos treinta y seis, en plena salud y plena lucidez de mis facultades, quiero dejar estas líneas de mi puño y letra para grabaros mi voluntad, que deseo cumpláis con el mayor escrúpulo: 1º. Tened por seguro que moriré con el pensamiento en Dios, en cuya paz quiero exhalar el último suspiro, con palabras de perdón para mis verdugos, a quienes no deseo otra cosa que la justicia de Dios. Pedir, por tanto, por mí en vuestras oraciones y no maldigáis a los asesinos que, ciegos, desconocen los altos designios del Creador. 2º. Vivid siempre en la ley divina, aunque os rodee una charca de corrupción y de impiedad, teniendo presente que todo es baladí y mísero ante la espiritualidad que nos informa, y que pasarán las generaciones y los tiempos más o menos hostiles a la religión católica, pero sólo ésta será imperecedera, capaz de mitigar los mayores sufrimientos y de llevar en todo momento la tranquilidad a los espíritus. 3º. Cuando sepáis mi fallecimiento, no lloréis; pedid por mí a Dios; no penséis en venganzas, confiad en la justicia divina que es la única indeclinable, aunque a vuestros ojos no aparezcan a veces sus destellos; no habléis con exceso que el silencio es tesoro de prudentes y prenda de circunspección que mucho os valdrá para conduciros sin tropiezos por el lodazal de esta vida miserable. Preocupaos la paz con Dios antes que los apetitos de justicia humana… …Con la vista en Dios y en su justicia y roto el corazón por una brusca separación, os doy el último adiós, abrazándoos a todos con el espíritu y el alma. Dios sobre todo y no desesperéis, que el lazo de la caridad nos unirá para siempre en las mansiones de ultratumba”.
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Nació en Villacañas (Toledo) el 19 de octubre de 1869, siendo bautizado en la Parroquia de Nuestra Señora de la Asunción, de la mencionada Villa, el día 20 del mismo mes y año, con los nombres de Pedro Alcántara Rufino. Fue uno de los siete hermanos nacidos del matrimonio formado por Nicolás y Juliana, de profundas raíces cristianas, en cuyo ambiente fue recibiendo los principios de su formación cristiana, que dieron como fruto su vocación sacerdotal. Ordenado sacerdote el 23 de septiembre de 1893, a los 24 años, tras sus primeros destinos, ejerció desde 1897 a 1903, como cura regente de la parroquia de Añover de Tajo (Toledo). Después fue coadjutor de la parroquia de Villacañas (Toledo) y capellán de las Hermanas de Nuestra Señora de la Consolación, religiosas fundadas por Santa María Rosa Molas, que habían llegado a Villacañas en 1914. En la parroquia también ejercía de coadjutor el Siervo de Dios Emilio Quereda Martínez Fraguas. El 2 de agosto de 1936 fueron detenidos todos los sacerdotes de la población, a excepción del párroco, gravemente enfermo, siendo todos encerrados en la ermita de Nuestra Señora de los Dolores, habilitada como cárcel. Don Emilio sufrió palizas terribles hasta romperle el brazo. Sabemos que Don Rufino fue primero trasladado a la ermita de San Roque, habilitada como prisión provincial, y posteriormente trasladado con todos los demás detenidos, a la ermita del Cristo del Coloquio o de Ntra. Sra. de los Dolores. Un testigo, el querido sacerdote Don Nicolás López-Prisuelos, sobrino del Siervo de Dios, que por entonces era un niño de doce años, recuerda que “todos los días le llevaba la comida y, con alguna frecuencia, le dejaban entrar dentro, con lo cual pude comprobar su estado, como consecuencia de los tormentos recibidos”. Se sabe que de los fuertes golpes recibidos perdió un ojo. Don Rufino, como los demás, fue testigos de la profanación y destrucción de la imagen de la Virgen de los Dolores, por la cual sentían una profunda devoción y se consideraba su fiel y devoto capellán. A lo largo de este duro y cruel mes de prisión no se separó del altar de su Virgen de los Dolores. Finalmente, los dos sacerdotes unidos en su ministerio por el mismo destino fueron también juntos sacados de la cárcel. Era el 5 de septiembre y, tras conducirlos a las tapias del cementerio de Tembleque, después de una nueva y última brutal paliza, los remataron a tiros. |
MANUEL NIETO ARROYO | ||
Nació en Tórtoles de Esgueva, pueblo situado en la comarca de la ribera del Duero, a 90 Kilómetros de Burgos, el 29 de diciembre de 1890. Sus padres se llamaban Mariano Nieto Rodrigo y María del Carmen Arroyo González. Fue bautizado en la parroquia de San Esteban, Protomártir, de Tórtolas el 1 de enero de 1891. Manuel cursó sus estudios en el Seminario de Toledo al amparo de su tío Venancio Nieto, canónigo de la Santa Iglesia Catedral Primada de Toledo. Fue ordenado sacerdote el 29 de mayo de 1915. Tras ejercer sus primeros años en Talavera de la Reina, se le nombra párroco de Cazalegas (Toledo). En esta localidad debió ejercer unos tres años aproximadamente. Los testigos recuerdan que D. Manuel cuando visitaba a los enfermos ejercía doble caridad con ellos, amén de la espiritual les dejaba una moneda debajo de la almohada. En cuanto estalla la persecución religiosa fue detenido, pero le permitieron vivir preso en su casa. Sufrió violentos y devastadores registros. Sin embargo, le dejaron acercarse a la iglesia para consumir las sagradas formas. Después de esto, dijo a algunos: “-Ahora que se cumpla la voluntad de Dios y hagan conmigo lo que quieran”. La noche del 2 de agosto, de madrugada, vinieron por él las milicias, conduciéndole al Ayuntamiento, con la excusa de que precisaban una firma suya. Allí le exigieron el dinero que tenía: 400 pesetas. Luego le metieron en un coche, obligándole a blasfemar. Pero él contestó: -“Eso jamás”. Le llevaron por la carretera fuera del pueblo, y al bajarle del coche le insistieron en que blasfemase. –“Nunca jamás”, repitió. Entonces le empujaron a la cuneta y le acribillaron. |
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El Siervo de Dios Nicasio Carvajal Bugallo era natural de Los Yébenes (Toledo). Se ordenó el trece de marzo de 1910. Era el capellán del Convento de San José y San Ildefonso de las Madres Carmelitas Descalzas de Yepes (Toledo). ________________ El Siervo de Dios Nicasio Aparicio Ortega había nacido en Toledo el 11 de octubre de 1907. Hijo de Julián y Apolonia, sus hermanos eran Emiliana, Vicenta, Manuel, Doroteo y Fernando. En la fotografía aparece ya siendo seminarista con su hermano Fernando en el día de su primera comunión. Recibió la ordenación sacerdotal el 31 de mayo de 1931. Enseguida fue nombrado coadjutor de la Colegiata de San Benito Abad de Yepes (Toledo).
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Hemos conservado el testimonio de la Hermana Patrocinio de la Virgen del Carmen. En el siglo se llamaba, Eugenia Ugena, y era hija de la demandadera Catalina Agudo. Madre e hija vivían en la hospedería. La Hermana Patrocinio tenía entonces 16 años, por eso lo recordaba todo: D. Nicasio Carvajal, era el capellán de las carmelitas, estaba trabajando con la juventud para formar la Acción Católica, por esto los de las izquierdas no le tenían ningún afecto, porque entonces, qué sé yo, pensaban era algún partido político. Al estallar la guerra y la persecución contra los curas y las monjas, él pasó el Santísimo por el comulgatorio al convento y se marchó con su hermana, que vivía aquí en el pueblo. |
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Hasta que un día le vieron desde las eras – como entonces estaban en la recolección del verano – y enseguida subieron por él, le cogieron y le trajeron a la hospedería del convento. Así lo creímos, que los traían para tenerlos más ocultos, y a mi madre le dio pena que nos marcháramos y dejarlos solos -porque mi querida madre a los sacerdotes les tenia mucha veneración, respeto y cariño-. Les dejamos las habitaciones de abajo para ellos y nosotras nos subimos a las de arriba, y desde el momento que quedaron en casa, la casa quedó como un castillo; ninguno salíamos para no tener ocasión de hablar con los vecinos y con nadie, siempre la puerta cerrada para quitar toda ocasión; que por nosotras no se supiese nada. Tanto es así que, como mi madre era la que salía a la compra, una señora que tenía un puesto de fruta en la plaza, que era muy buena y tenía confianza con mi madre, le dijo: “-Catalina, me han dicho que están los sacerdotes en tu casa, ¿es verdad?”. Y mi madre le dijo que no estaban – el Señor no la habrá tomado en cuenta la mentira por el buen fin con que la dijo-. Y le dijo: “-Es que te quería dar una sandía para ellos”. Pero mi buena madre consintió no coger la sandía antes que descubrir que estaban en casa. |
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Fotografías de Daniel Jiménez Carmena
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EMILIO SANTURINO SALDAÑA | |
Emilio nació en Cebolla (Toledo) el día 24 de enero de 1897. Sus padres Francisco y Rafaela le bautizaron el 4 de febrero, imponiéndole los nombres de Mariano de la Paz Feliciano Emilio. El acta de defunción señala que estaba casado con Doña Antonia Leblic Acevedo, de cuyo matrimonio no deja sucesión. Su mujer era hermana del Siervo de Dios Prudencio Leblic Acevedo, sacerdote y mártir, que en los años 20 fue párroco de Belvís de la Jara. Cuando estalla la persecución religiosa Emilio llevaba varios años desempeñando el cargo de sacristán en la parroquia de Belvís de la Jara (Toledo). En mayo de 1936, al sentirse perseguido por los revolucionarios, abandonó dicho pueblo y se marchó con su esposa, a Cebolla (Toledo), refugiándose en la casa de su madre. Puesta en marcha su persecución, después de varios intentos fue descubierto, siendo detenido y trasladado a una checa en Madrid. De aquí le llevaron a Belvís de la Jara. En este pueblo de Belvís, el día 26 de octubre de 1936, después de revestirle con ornamentos sagrados, le sentaron sobre un asno, en una montura con pinchos, que había sido preparada expresamente para la tortura. Seguidamente, fue sometido a un horroroso martirio durante el largo recorrido por la calle principal del pueblo, hasta llegar a la puerta del cementerio. Aquí, casi inconsciente, fue rematado con varios disparos a la cabeza y enterrado. |
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La familia conserva un crucifijo-relicario que el Siervo de Dios llevó consigo durante y después del martirio. Al exhumar el cuerpo fue recuperado el crucifijo con el que fue enterrado.
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JUAN CARRILLO DE LOS SILOS | |
El Cristo de la Piedad, en las primeras décadas del siglo XX, en Guadamur, donde Juan Carrillo ejerció el ministerio durante 15 años. |
Vocación de dominico. Don Juan nació en Toledo en la calle de Santa Fe el 22 de diciembre de 1873 y el 27 del mismo mes, en la parroquia de La Magdalena, recibe las aguas bautismales. Sus padres Felipe Carrillo y Facunda de los Silos, buenos cristianos, son los primeros en modelar el corazón del niño e inclinarlo hacia la virtud. A los diez años, en la parroquia de San Justo, hace su primera comunión. A los doce años ingresa en el Seminario venciendo grandes dificultades, pues siendo el mayor de sus hermanos (tenía dos más: Dionisio y Eloísa) eran otros los designios de su familia para él. Juan no es un alma vulgar que se contenta con poco, quiere darse por completo a Dios y a los diecisiete años ingresa en el Convento de los PP. Dominicos de Ocaña. Una pequeña biografía publicada en “Vida Sobrenatural” en Julio-Diciembre de 1938 (tomo XXXV) afirma que “bien pudiéramos llamar a don Juan Carrillo el gran enamorado del Patriarca de los Predicadores, Santo Domingo de Guzmán, y por lo tanto, amante apasionado de María”. Un año y medio después un vómito de sangre hace fracasar sus más sublimes ideales y regresa al seno de su familia, no sin llevarse metido en las fibras más recónditas de su alma el amor a Santo Domingo, que le hará repetir tantas veces en su vida: “-Padre mío, que en todo me ganen los dominicos, pero en amarte, ¡no!” En cuanto le es posible amolda su vida a las reglas y constituciones de la orden dominica que se ve obligado a abandonar, y así le sorprendemos alguna vez en la solitaria iglesia de un convento de monjas haciendo las múltiples inclinaciones que prescribía el ceremonial dominicano para el rezo del oficio divino. |
Sacerdote diocesano. Los exquisitos cuidados de la familia le hacen recobrar prontamente la salud y puede continuar su carrera eclesiástica con fervor siempre creciente. Por esta época de su vida colabora activamente en la benéfica obra del Beato Joaquín de la Madrid, al que acompaña pidiendo por los pueblos para los niños pobres, cual si fuera un san Vicente de Paúl. El 5 de marzo de 1898 recibe la ordenación sacerdotal y el 19, el Obispo le envía al pueblo de Guadamur (Toledo) para celebrar la fiesta de San José y que, por enfermedad del párroco, seguirá atendiendo interinamente. ¡15 años durará la interinidad! El celo de Don Juan ha captado las simpatías de todos y aquí empieza la vida del sacerdote santo que es de todos y para todos; su programa es el del apóstol de Languedoc, es decir, como Santo Domingo de Guzmán derramar a manos llenas y por todas partes los tesoros de ternura con que Dios ha enriquecido su corazón. Bautiza, confiesa, predica, casa o unge con el óleo santo al que está próximo a partir de este mundo, y esto con el celo de un apóstol y la naturalidad de un santo que parece que no hace nada, porque para él la humildad es como la atmósfera en que respira. ¡Quince años de trabajo incesante en Guadamur! Don Juan es el apóstol infatigable que no repara en ningún sacrificio y que es tan dulce y suave para con todos como de temple de acero para oponerse al mal, aun exponiendo su vida, como le sucedió con unos protestantes que hacían intensa propaganda en aquel pueblo. Durante los últimos años de su ministerio parroquial fue confesor del Obispo auxiliar de Toledo, Monseñor Prudencio Melo y Alcalde, que había sido consagrado el 20 de noviembre de 1907. Éste le pidió que le acompañase, como su mayordomo, cuando en 1913 fue nombrado Obispo de Vitoria. Luego el 22 de marzo de 1917, el Doctor Melo es nombrado Obispo de Madrid-Alcalá, y don Juan todavía permanecerá a su lado durante un año y medio más, hasta que regrese a la diócesis como capellán de Reyes Nuevos de la Catedral Primada de Toledo. Éste fue el radio de acción en que se desenvolvió toda su vida. Las relaciones con las almas hacen repercutir en el corazón del apóstol sus dolores y sus alegrías, sus progresos y sus deficiencias, y así tiene para todos palabras de aliento, de consuelo y de esperanza; porque D. Juan posee el don precioso de llegar hasta el fondo de los corazones y conmover sus fibras más recónditas. Con sus sermones electriza a los auditorios. “A Nuestro Padre Santo Domingo he pedido la gracia de sacar fruto de mis sermones”, dijo muchas veces y era verdad indiscutible en mil ocasiones comprobada. A este propósito, decía el Siervo de Dios Benito López de las Hazas (martirizado a los 81 años durante la persecución religiosa en la ciudad de Toledo): “Yo no sé lo que Don Juan tiene, pero lo que sí sé es que yo he llevado por los pueblos a muchos sacerdotes con fama de elocuentes y sabios, para propagar la devoción al Corazón de Jesús, y ninguno me saca el copioso fruto de Don Juan”. Otra persona declara: “En otros sermones, por mucho que me gusten, no me da gana de hacer lo que el predicador dice; pero con Don Juan… El otro día nos habló del rosario, que debía ser siempre nuestro compañero… y yo, desde ese día, no lo separo de mí, duermo con él entre las manos, como él nos decía”. Terminamos este apartado recordando una anécdota que tantas veces él mismo contaba. Un día iba a predicar a Santa Leocadia y unas señoras iban diciendo: “¿Pero quién es el que predica en la novena de la Virgen de la Salud que va tantísima gente?”, dijo una. “Pues, es el hijo del carpintero”, respondió otra. D. Juan siente el corazón rebosar de júbilo: “Muchas gracias, les dice, han dicho como de Jesús: Es el hijo del carpintero”. Generosidad y devoción. Como todas las almas grandes, en cuanto a Don Juan sus recursos se lo permitían, se mostraba espléndido para todo el mundo, de un modo especial para las religiosas, y aún más si cabe, con las hijas de Santo Domingo. A las religiosas de Madre de Dios las regaló una hermosa Virgen del Rosario, un Santo Domingo, los Sagrados Corazones y dos ángeles de adoración, que todo, desgraciadamente, desapareció durante la persecución religiosa en el verano de 1936. A las religiosas de Jesús y María les regaló una Virgen del Rosario, la Sagrada Familia, la Virgen de Lourdes y Santa Catalina. A las monjas de Santo Domingo el Real un San Joaquín. A las religiosas Gaitanas unos ángeles de adoración. También a las Dominicas de Segovia, a las de Ajofrín (Toledo) y a otras comunidades… ¡cuántos regalos las hizo! ¡Y cuántas cosas más que su humildad ocultó, y que no tuvo más testigo que el Cielo! Su amor a María y a Santo Domingo era sin límites. Jamás se desvistió de su gran escapulario, que llevaba como buen terciario dominico. Muchas veces decía: “-Por las noches, me envuelvo en mi rosario de quince misterios, porque si me muero quiero que el rosario sea mi mortaja y mi compañero hasta en la tumba”. Todo esto nos hace adivinar lo que había en el fondo de su alma. Se dice que muchas veces Don Juan había previsto los acontecimientos que iban a sobrevenir y, como de cosa prevista o conocida hablaba de ellos en la intimidad. Peregrinaciones. De cuando en cuando interrumpe sus ocupaciones habituales (predicar, confesar, misiones, retiros o los ejercicios espirituales a las comunidades religiosas, a las que se sabe atendría por toda la diócesis…) para emprender viajes a diferentes santuarios y así poder explayar su espíritu. Tres ó cuatro veces peregrina a Lourdes, Roma y Bolonia. En muchas ocasiones, aquí en España, visita Caleruega (Burgos) y Segovia. Por ejemplo, entre las peregrinaciones se encuentra la que casi cada año realizaba a la Santa Cueva de Segovia. Se trata de una cueva, ahora transformada en capilla, donde Santo Domingo de Guzmán oró, se disciplinó y recibió extraordinarias gracias del Señor, entre ellas, la de que se reprodujesen en su alma y en su cuerpo todos los pasos de la Sagrada Pasión. Esto sucedió siendo ya Santo Domingo fundador de la Orden, cuando en 1218 regresó, desde Roma, a España. Muchos santos a lo largo de los siglos visitaron el lugar, entre ellos Santa Teresa de Jesús en 1576, cuando va a fundar a Segovia. Cuenta la historia que nuestro Señor le comunicó a la gran santa de Ávila: “-Aquí te traigo a mi amigo Domingo para que te recrees con él”. Entonces se le apareció Santo Domingo, el cual le dijo que se alegraba que hubiese ido a aquel lugar, y que no perdería nada, porque él y sus hijos la habían de ayudar en sus fundaciones. También le contó las gracias extraordinarias que allí había recibido del Señor. Todo esto consta por declaración que después la santa hizo a su confesor, el dominico Padre Yanguas. Los terciarios y las terciarias dominicos de Madrid, dirigidos por los Padres del Convento de Ntra. Sra. de Atocha, tenían la piadosa costumbre de pasar en la Santa Cueva toda la noche del 24 al 25 de septiembre, víspera de una de las fiestas del santo. Una religiosa dominica da testimonio afirmando: “-Nosotras asistimos una vez y nunca hemos visto cosa que más se pareciese al cielo, o si se quiere al culto de las catacumbas. Pues a estas peregrinaciones solía asistir Don Juan y pagar el viaje para que fuese algún seminarista de Toledo”. También dice el dominico Padre Perancho: “La hora santa que nos predicaba era algo extraordinario. El último año se la tomaron taquigráficamente y corrían varios ejemplares entre las terciarias de Madrid, que se leían con gran provecho. Recuerdo en la última ocasión que en su misa de madrugada, después de comulgar, empezó un fervorín de despedida y rompió a llorar con tal ímpetu, que no pudo terminar. Acabado el último Evangelio quiso reanudar el hilo de la plática, pero los sollozos volvieron con tanta fuerza que le fue imposible decir la mitad de lo que pretendía”. Otra testigos insiste: “-¡No olvidaremos nunca, aquellas noches en que, con los peregrinos de Madrid, se pasaba velando en la santa cueva de Segovia, que parecía trasunto de paraíso!” A Don Juan estos recuerdos santos le electrizaban y decía: “¡Yo el más grande pecador, el último de los hijos de Santo Domingo, orar y predicar en donde nuestro Padre oró y predicó!”. El júbilo y entusiasmo delirantes de nuestro terciario, en semejantes ocasiones, era imposible describirlo. 1936, comienza la persecución. Constante, con absoluta entrega y sin retrocesos, siempre mostrándose digno sacerdote y con el celo de un apóstol, se fue deslizando la vida de nuestro mártir. Según relata su hermana, un día, al regresar a su casa, se le veía profundamente conmovido. Una gran tristeza se reflejaba en su semblante. Eloísa, cariñosa, enseguida le pregunta: “-Pero, Juan, ¿qué te pasa?, ¿qué te han dicho?, ¿qué te han hecho?”. “-Nada, nada, responde, que el Obispo nos ha dicho que, dado el cariz que van tomando las cosas, nos fuéramos preparando algún traje de paisano”. Entonces mirando a la Santísima Virgen, exclamaba: “-¡Madre mía, de paisano no, de sacerdote siempre! Que me concedas la gracia de derramar toda mi sangre, dar mi vida yo, yo el culpable, pero vistiendo mis hábitos talares”. Aquel día no pudo comer. La casa de Don Juan era para la orden de los dominicos, que pasaban o llegaban a Toledo, como su propia casa. Por eso, su hermana también recuerda a unos dominicos que se dirigían a La Habana (Cuba) de misiones y que querían despedirse de su hermano. Estando allí Eloísa le propone lo siguiente: “-¿Sabes, hermano, lo que se me está ocurriendo?” “-No sé”, contesta. “Pues que te podías marchar con estos Padres… ya ves cómo se están poniendo las cosas”. Reflexionó unos minutos y contestó: “-¿Por qué me dices esto? ¿Es que mi presencia en tu casa podía comprometeros, a ti y a los tuyos?” Ella, entristecida, responde: “-Hombre, eso no lo digas siquiera”. Don Juan terminó diciendo: “-Si es compromiso, me podría marchar, de lo contrario de ningún modo: el Señor aquí me tiene, y si es su voluntad, derramaré por él mi sangre”. El capítulo más inmediato será, antes del 18 de julio, la novena de la Virgen del Carmen, que predica del 8 al 16 de julio en donde vierte toda su elocuencia y su amor apasionado por María; se supera a sí mismo, habla de la atmósfera asfixiante que se respira y de los acontecimientos que están por venir. Por su hermana también sabemos que, meses atrás, estando ella en casa enferma y sujeta a una difícil operación quirúrgica, una tarde don Juan se la queda mirando con pena; y, con una ternura indefinible mientras lo observaba todo como si fuera la primera vez que entraba en esa habitación, le dice: “-¡Qué jaula dorada más hermosa, aunque se quedará vacía, ya que los pájaros volarán!”. “-¡Calla Juan!, ¿qué dices?, con lo enferma que estoy y que se te ocurra decirme esas cosas”, replica la hermana. “-¿Es que voy a morir?”, prosigue angustiada mujer. “-No, no, tú vivirás y los demás moriremos, y te quedarás sola”. El incendio de la Magdalena. Su hermana Eloísa, una vez más, nos sirve de interlocutora validísima con los recuerdos que narró sobre lo vivido junto a su hermano. “No olvidaremos nunca el macabro espectáculo que nuestros ojos vieron la víspera de Santiago: aquella noche iluminada por los fulgores siniestros de templos, maravillas de arte, que se convertían en pavesas”. A los oídos de D. Juan llegaron estas voces: “-¡Está ardiendo la Magdalena!”. Él exclama: “-Eloísa, ¡sube a ver qué pasa!” “-¡Sí, es verdad!”, contesta su hermana. Sube rápidamente a la azotea. Momentos indescriptibles. Entre sollozos Don Juan exclama: “¡Jesús mío, tú entre llamas! ¡Hasta en el fuego! Yo soy el culpable de todas estas cosas; Señor, piedad, piedad para todos, más ofuscados que culpables”… En esto cae la techumbre de la iglesia y se oyó claro y distinto el metálico sonido de dos campanas. “¡Por última vez, dijo él, oyen mis oídos esas campanas queridas de la iglesia donde me bautizaron, donde canté mi primera misa, donde hubieran salmodiado el Oficio de difuntos el día de mi entierro! ¡Ya no tocarán más, nunca las volveré a oír!”Profundamente conmovido, su corazón de exquisita sensibilidad, no pudiendo resistir tan duro golpe, le hace perder el sentido y caer desmayado. A la par, junto a los incendios, los asesinatos han empezado y son ya varios los sacerdotes que han derramado su sangre. Durante aquellos días, por la calle se escucharon con frecuencia estos gritos: “-¡Camaradas, venimos de dar el paseo a un cura!”. Don Juan lo sabe y está triste. Sí, muy triste, sus palabras nos ponen de manifiesto los sentimientos íntimos de su noble alma: “-Eloísa, ¿no vienen por mí? ¡Señor, yo no soy digno de derramar mi sangre! ¡Cuánto tardan! ¿No se acordarán de mí? ¡Como soy tan gran pecador no merezco tanta dicha!”. 31 de julio, cuatro de la tarde. A esta hora los milicianos llaman a su puerta. Su hermana abre y ve dos hombres demasiado conocidos en su casa. Sí, recordaba bien que su hermano le había pagado el entierro al padre de uno de ellos y la dote a su hermana para que se casara; y que el otro llevaba siete años trabajando en su casa. Le dijeron: “-Eloísa, podremos pasar a tu casa a buscar a tu hermano, porque siempre nos hemos tratado con mucha franqueza”. “-¿Para qué le queréis si no está?” En ese momento Don Juan sale de su habitación y dice a los milicianos: “-¿A quién buscáis? ¿A mí? ¡Aquí me tenéis!”. “-Vente con nosotros, le dicen, para prestar declaración; pero, vístete que de cura no te queremos, de paisano, ¿eh?”. Don Juan no tiene traje de paisano y se pone uno de su cuñado. El Siervo de Dios Osmundo Sanchís Sanchís, esposo de Eloísa, trabajó como factor telegrafista, oficial del Catastro de Riquezas Rústicas de Toledo y luego como Maestro aparejador de Monumentos. Osmundo presenció la detención de su cuñado y cómo su esposa tuvo que adaptarle uno de sus trajes para ir así a la muerte. Así pues, su hermana se lo arregla un poco y le pone unos imperdibles que no acierta a prender; él lo advierte y le dice: “-Pero hermana, cómo rehílas; tranquilízate. ¡Quién te iba a decir que me amortajarías en vida!” Va sacando de los bolsillos lo que lleva encima, a la vez que le dice a su hermana: “Sé buena; te pido por favor que los perdones, no los mires mal; si algo te queda, repártelo con sus hijos”. ¡Cuánta ternura había en sus palabras! Mientras termina, coge una virgencita de Lourdes y la besa. Eloísa, llorando, se arrodilla ante los milicianos y les dice: “-¡Déjenme a mi hermano!, ¡Déjenme a mi hermano!; yo les daré cuanto quieran, cuanto tengo”. Don Juan, mientras la incorpora, le dice: “-Hija, deja, si lo que quieren son los cuerpos, son los cuerpos”. Abrazándolos se despide de ellos y baja la escalera, con las manos juntas, mientras ora. Con grosería inconcebible un miliciano le da un golpe para separárselas, a la vez que le dice: “-¡Anda tira pa’lante! En la calle le esperan otros siete con innegables muestras de placer. Uno de ellos le espeta: -“¡Anda, guapo, que ya llegó la hora que cayeras en nuestras manos!”. En la esquina de Chapinería, mirando hacia la capilla del Sagrario, se despide de su patrona la Morenita, Nuestra Señora del Sagrario, santiguándose, también esto incomodó a sus captores, que le propinaron un fuerte golpe con el fusil y le llenaron de injurias. En el camino se encuentra con un sobrino que le pregunta: – “¿A dónde va usted, tío?” Son sus últimas palabras. A las cinco de la tarde, en el Paseo del Tránsito, su cuerpo cae acribillado a balazos. Lo fusilan junto al cadáver de Don Ricardo Plá, que desde ayer está tendido en el suelo. Qué pensamientos inspira antes de morir la presencia de aquel cuerpo sacerdotal: junto a un joven sacerdote mártir, ahora él también se entrega. Acribillado por las balas de los milicianos cae muerto en el acto. Luego profanan el cuerpo de Don Juan poniéndole un cigarro en la boca, ¡él que no había fumado nunca! Tras el asesinato, regresaron los asesinos para desvalijar la casa. Al día siguiente, 1 de agosto, se cumpliría la profecía que Don Juan había hecho meses:”-Los demás moriremos y te quedarás sola”. Los milicianos regresaron para detener a Osmundo. Sólo tuvo tiempo de decirle a su esposa, deshecha de dolor: – Has de ser fuerte. Cuando Dios escribe, aunque nos parezca que los renglones son torcidos, siempre están derechos. ¡Hasta la eternidad! Como su cuñado fue acribillado a balazos en el Paseo del Tránsito de Toledo. |
FELIPE CELESTINO PARRILAS | ||||
Natural del pueblo toledano de Las Ventas con Peña Aguilera, había nacido el 23 de agosto de 1878. Consagrado sacerdote el 13 de junio de 1908. Desde los años treinta estaba encargado de la parroquia de Cuerva (Toledo) y del Convento de las Madres Carmelitas. Gracias a un precioso manuscrito titulado “El Getsemaní de las Carmelitas Descalzas de Cuerva (Toledo)” que conserva la comunidad podemos detallar las últimas horas de Don Felipe. Como tantas monjas las Carmelitas vivieron normalmente su vida de observancia hasta el estallido de la guerra civil: serán expulsadas y su convento saqueado. El 22 de julio, ajenas, pues, como estaban al movimiento revolucionario que estalló en España, de repente sonaron fuertes golpes en la sacristía de la iglesia de las monjas. Insisten los golpes en el torno de la sacristía, acompañados de fuertes campanillazos. Acude la sacristana y reconoce la voz del Capellán que, sin más preámbulos, le dice: “-Avise a la Madre Priora para que venga inmediatamente”. Ésta se presentó y ¡cuál no es su asombro y sorpresa al encontrase en el torno tres coponcitos llenos de formas! “-Pero, ¿qué es esto?”, pregunta asustada la M. Priora. “-¿Son quizás formas consagradas?” Don Felipe, con la voz velada por la emoción, contesta afirmativamente, mientras se apresura a custodiar a Jesús Prisionero entre sus esposas queridas, para que no fuese profanado por aquellos, que están escoltándole. “-Obre con ellas, según lo exijan las circunstancias”, dice con la voz algo temblorosa. “-Estoy solo. En el pueblo soy el único sacerdote. He pedido la gracia de recoger de la parroquia y del convento el Santísimo y me ha sido concedida. ¡Ahí le tiene usted! ¡Guárdemelas bien! Estoy detenido”. Una vez repuesta del susto, la Madre Priora pregunta: “-Pero, D. Felipe, ¿qué es lo que ocurre?” Evidentemente, allí está el que preside la comitiva. Con enorme amabilidad, el cabecilla le dice: “-No se inquieten. No ocurre nada. D. Felipe está detenido, pero pronto le soltarán. Ahora, entraremos a registrar el convento pues, al efecto, hemos recibido órdenes muy severas”. Tras la petición-orden las carmelitas abren las puertas de par en par y la turba invade el convento. Ponen guardias en la puerta reglar y en las que dan salida a la huerta, y entre algazaras y gritos infernales, registran el convento de arriba abajo. Uno, al cual llaman “el diablo”, hace su papel a las mil maravillas, no dejando hueco, ni rincón, ni caja, aún la más chica, en donde no metiera sus manos. Todo lo revolvieron, de tal manera que, después de terminada su vandálica hazaña, aquello parece un auténtico campo en el que se ha librado un batalla sin par. Los tres coponcitos que ha traído don Felipe, milagrosamente, se han salvado de la profanación. Son las diez de la noche, aproximadamente, cuando dan fin a su importante trabajo: buscan armas en el convento y como no las encuentran, se marchan. Las monjas quedan completamente aterradas y llenas de pena y de dolor.
Al amanecer, el 23 de julio, comienza con una nueva sorpresa, cuando en el torno de las MM. Carmelitas se presenta el Capellán, sobre todo convencidas como estaban de su detención. Nadie le ha visto y viene para darlas, por última vez, la Sagrada Comunión. Don Felipe está emocionado y anima a sus monjas a que cumplan la voluntad de Dios en todo, sin miedo, ni temor. En su rostro se adivina claramente la resignación que llena su alma, y en sus labios brilla la dulce sonrisa del justo que todo lo espera de la Divina Providencia. Les reparte la Sagrada Comunión, recibida por las carmelitas entre lágrimas y suspiros. Inmediatamente, se marchó, contento y feliz por el deber cumplido, no sin haberlas dicho: “-¡Hijas mías! Perdonemos de corazón a los que nos hacen estas cosas”. Las monjas recuerdan lo que sucedió hace unas semanas. Era el día de la fiesta del Carmen, de la cual don Felipe era devotísimo, además de ser Terciario de la Orden del Carmen. Acaba la misa solemne, fue a saludar a las monjas al locutorio para felicitarlas y muy impresionado, contó: “-Hoy, la Santísima Virgen del Carmen, al entrar yo el primero en la iglesia y fijarme en Ella, en su altar, me ha mirado como queriendo decirme algo; no sé lo que será. ¡Algo me va a ocurrir!” “-Pues, ¿qué va a ser?”, le decía la Priora. “Alguna cosa buena”, relato una de las mayores. “Lada de la Virgen no puede ser sino para cosa buena”. Tal vez, piensan ahora las carmelitas, aquella mirada que creyó recibir de la Santísima Virgen, quería anunciarle su fin, por medio de tan terrible martirio. A ellas no las sorprende esta gracia singular, siendo don Felipe tan amante y entusiasta devoto de la Reina del Carmelo. A la tarde de aquel mismo día, en medio de la justicia y custodiado como un malhechor, lo llevan a la cárcel. Allí le han tenido detenido durante tres días, haciéndole pasar horribles trabajos.Al tercer día, en la fiesta del Apóstol Santiago, Don Felipe Celestino y algunos otros detenidos en Cuerva son llevados en una camioneta hasta Toledo con el pretexto consabido de las declaraciones.
El capellán de las Madres Carmelitas ha dedicado su vida a los pobres hasta el punto de que los mismos extremistas han dicho muchas veces: “-Con Don Felipe no hay que meterse, pase lo que pase”. Cuando en el pueblo, los que iban a misa, le decían que sus continuas limosnas no habían de ser agradecidas, él respondía: “-Yo no puedo distinguir si los necesitados son de los que se llaman de izquierdas o de derechas; todos son criaturas humanas, hijos de Dios y acreedores a ser socorridos en sus necesidades espirituales y corporales”. Nada de esto le valió. Los excéntricos han sido superiores y el sacerdote junto a dos seglares es conducido a la prisión que hay en la Diputación Provincial de Toledo. Y quizá, porque no hay sitio, los tres son acribillados en la escalinata de la misma entrada. Era el 25 de julio de 1936. |
RUFINO ESTEBAN-MANZANARES CANO |
Nació el 19 de julio de 1902 en Navahermosa (Toledo), hijo de Casildo y María Paz. En el libro de Bautismo de la parroquia consta que recibió el subdiaconado el 22 de septiembre de 1923, de manos del Cardenal Reig Casanova. Se ordenó el 29 de noviembre de 1925. Tuvo que hacer el servicio militar en Ceuta. Cuando ya había recibido las primeras órdenes, como pertenecía a una familia de pastores, le decía en broma a su primo Juan de Dios que era guardia civil: “-¡Ya hay dos autoridades en la familia!”. Éste primo hermano fallecía en la Navidad de 1924, y desde entonces don Rufino se volcará en la educación de sus dos hijos, Amalia y Jesús. El neosacerdote se llevará, desde el principio, a vivir con él a sus padres y a su hermana Socorro, que tenía una aguda discapacidad mental. Amalia, pasaba temporadas con don Rufino en Totanés (Toledo), en donde ejercía como párroco y recuerda que iban con frecuencia a Noez a visitar al Siervo de Dios don Félix Calleja Blas (que después pasó de coadjutor a la parroquia de Los Yébenes y que sufriría el martirio en la primera semana de guerra, el 24 de julio). Gracias a ella conservamos muchos recuerdos del Siervo de Dios. En julio de 1936 don Rufino estaba destinado en la parroquia de San Julián de Noez (Toledo). Atendía a sus obligaciones pastorales con gran entrega y diligencia. “Era muy cercano a la gente que respondía con su cariño a ese celo y trabajo por atraerse a los vecinos en su mayoría campesinos entregados a sus labores”. Hombre generoso en extremo, daba todo lo que tenía y algo más especialmente socorriendo a las viudas, huérfanos y enfermos a los que visitaba frecuentemente llevándoles el Viático y también su consuelo. La catequesis era su gran preocupación, que impartía a diario después de terminar los chicos la escuela, incluso los domingos antes de la Misa mayor. Se le recuerda jugando con toda normalidad con los jóvenes con los que participaba en sus juegos de pelota. El día 25 de julio, fiesta del Santiago Apóstol, estando en el templo para disponerse a celebrar la santa misa con algunos feligreses, los milicianos invadieron la iglesia. Le obligaron a quitarse los ornamentos y hasta la sotana, para después encerrarle en la torre, con el pretexto de que vigilara posibles incursiones de adversarios. Vuelto a su casa, permaneció allí hasta ser detenido con el Siervo de Dios don Ignacio Estrella (Nuestros mártires/77), párroco de la localidad vecina de Pulgar (Toledo), que había ido buscando seguridades que no encontró. Milicianos de la FAI y de la CNT detuvieron a los dos sacerdotes y los encerraron en las escuelas. Finalmente el 8 de agosto, Don Rufino y Don Ignacio, después de sacarles de la prisión, son conducidos hasta la localidad próxima de Polán (Toledo) y allí se les obligó a bajar del vehículo que los transportaba, ordenándoles que se volvieran de espaldas, pero ambos se negaron. El sitio del martirio fue en las cercanías de la fábrica de harinas de Guadamur junto a la carretera, donde se levantó luego una cruz. Apretando el rosario entre sus manos, Don Rufino les dijo: “-¡Los seguidores de Cristo son valientes y mueren de cara a los que los matan!” Murieron perdonando a sus asesinos. |
ÁNGEL ALONSO PERAL | |
Natural de Noblejas (Toledo), nació el 20 de mayo de 1904. Sus padres se llamaban Luis y Sinforosa. Cuando nace Ángel el padre ejerce de botero en Tarancón (Cuenca), donde residen. Mientras el mundo vive convulsionado por el estallido de la Gran Guerra, la vida del pequeño Ángel quedará marcada por la muerte de su padre. Con diez años regresa con su madre a vivir a Noblejas donde crece en medio de dificultades económicas, en alguna medida, resueltas por el entorno familiar. A los pocos años ingresa en el Seminario de Toledo. Tras la ordenación sacerdotal el 14 de diciembre de 1928, celebra su primera misa el 26 de Diciembre en su pueblo natal. Sobrecoge leer el recordatorio de su ordenación sacerdotal celebrada en los días de la Natividad del Señor: “¡O veneranda sacerdotum dignitas in quorum manibus, velut in utero Virginis, Filius Dei incarnatur!”. Los cuatros sacerdotes que aparecen citados en la estampa padecieron el martirio. Como orador sagrado tomó la palabra el Beato Liberio González Nombela, párroco de Torrijos. Ejercieron de padrinos eclesiásticos el Siervo de Dios Matías Heredero Ruiz, párroco de Noblejas, que será asesinado el 23 de julio y el Siervo de Dios Emilio Quereda Martínez, párroco de Los Cerralbos, que obtuvo la gracia del martirio siendo después coadjutor en Villacañas el 5 de septiembre. El cuarto fue nuestro protagonista. Su primer destino fue el de regente de la parroquia de Nuestra Señora de la Asunción de Cabañas de Yepes (Toledo). Después pasó a ejercer el ministerio en Guadamur (Toledo). Según cuentan testigos directos fue un hombre serio, trabajador, sencillo, piadoso. Su servicialidad para con todos es comentario general de todos los testigos. El dominico P. Isidoro Morales recuerda que preparaba con celo sus homilías y que se le consideraba un excelente predicador. Tras la fundación en Guadamur, en 1933, de un Centro Juvenil de la Acción Católica pasó a ser un objetivo a eliminar por grupos de ideología marxista. Cuando estalla la guerra ya no le dejarán vivir. El 24 de julio de 1936 le prohíben ir a la iglesia y volver a celebrar la Misa. Además, aunque le impiden salir de su domicilio, le notifican la conveniencia de ausentarse del pueblo, ya que su vida corría peligro. Él se esconde con su madre en otra casa de la parroquia. Los registros se suceden, y escondido en sitios inverosímiles (una pared doble, un pajar…) los va sorteando. Al ver que venían en su busca se traslada a otro domicilio permaneciendo diez días en una de sus buhardillas. Los milicianos amenazan a la dueña de la casa si no delata el lugar en que se encuentra el cura. |
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En la madrugada del 10 de agosto las milicias deciden personarse con el albañil que construyó esa casa, y dan con él, comprobando que tenía un aspecto demacrado y penoso. “-Ya está aquí el pájaro”, gritan. La despedida de su madre fue desgarradora. Al pasar junto a la iglesia entre los esbirros que la custodian, ve las cenizas aún humeantes de todo el mobiliario y ajuar litúrgico quemado. “-Quiero morir aquí junto a mi iglesia”, les dice. Pero ellos le empujan a culatazos hasta el ayuntamiento. No dejaba de preguntar por el Siervo de Dios Alfonso González, párroco de Argés y Layos, hijo del sacristán de Guadamur. Y, aunque ese mismo día fue asesinado a 200 metros del pueblo, no quisieron decírselo. Finalmente, en un coche lo llevan a Toledo hasta el Comité Provincial, para esa misma tarde fusilarlo junto a las tapias del matadero, cerca del puente de San Martín de la Ciudad Imperial.
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JOSÉ FERRÉ DOMENECH, LUIS FERRÉ DOMENECH y FELIPE RUBIO PIQUERAS |
Estos tres sacerdotes pertenecían al clero catedralicio en 1936. Los tres habían sido organistas o lo eran a la hora de su martirio. Y de los tres hay referencias históricas, tanto de su ejemplaridad sacerdotal, como de su fama como musicólogos. Antes de referirme a ellos, quiero expresar mi gratitud a los que han encontrado en distintas fuentes huellas de esos mártires. En Madrid, D. Juan Manuel López Marinas, que investigó en el “Diccionario de la música española e hispanoamericana”, y en la revista “Tesoro sacro musical” de los PP. Claretianos. En Tarragona, a la Secretaría de ese Arzobispado que me remitió con prontitud y amabilidad los datos del nacimiento y bautismo de los dos hermanos Ferré. Comienzo con los hermanos José y Luis Ferré Domenech. Ocurrió que ambos fueron fusilados hacia el mediodía del 25 de julio de 1936 en el Paseo del Tránsito. Esa mañana unos aviones de la República volaban arrojando octavillas y algunas bombas sobre los defensores del Alcázar. Una de esas bombas se desvió y vino a explotar en el patio-jardín de la casa en que moraban ambos hermanos, no lejos del Paseo del Tránsito, por San Cristóbal. Inevitablemente entraron al poco tiempo muchos vecinos y con ellos varios milicianos, que quisieron saber quiénes eran los dos individuos que moraban en la vivienda. La gente les dijo con naturalidad que eran dos sacerdotes. Fue suficiente. Los detuvieron, se los llevaron y no mucho después los fusilaban en el cercano Paseo del Tránsito. Habían nacido en Alcover (Tarragona): José nació el 23 de diciembre de 1877, siendo bautizado el mismo día; Luis nació el 7 de enero de 1882, siendo bautizado el día 8. Sus padres legítimos se llamaban Juan Ferré – labrador- y María Doménech. Tenían un hermano mayor, de nombre Juan, también aficionado a la música, nacido en 1867, y que recibiría la ordenación sacerdotal en la Seu d’Urgell el 8 de febrero de 1891. Terminaría siendo canónigo en la catedral de Ciudad Rodrigo (Salamanca). José y Luis, siendo ya sacerdotes, vinieron muy jóvenes a Toledo. El primero fue José, que tomó posesión de la plaza de organista en nuestra catedral en 1906. En 1917 sería nombrado Capellán de Reyes, cargo que ostentaba en 1936, dejando la plaza de organista, que ocuparía pocos meses más tarde el tercero de los mártires que recordamos: Felipe Rubio Piqueras. Su hermano Luis, también sacerdote, vendría como organista a la catedral en 1908, y terminaría muy pronto siendo Maestro de Capilla y profesor de los seises del antiguo Colegio de Infantes. Allí tuvo durante cierto tiempo como alumno, en su adolescencia, al posteriormente famoso Jacinto Guerrero. El tercero, Felipe Rubio Piqueras, era organista, como queda dicho, de la catedral en 1936. Antes de su detención y mientras le conducían al martirio el 27 de julio del 36, iba repitiendo: “Señor, perdónalos, porque no saben lo que hacen”. En su mesa de trabajo quedó una composición que iba a presentar en un certamen de la Academia Mariana de Lleida. Y concluía la carta que dirigía a su presidente con estas exclamaciones: “¡Viva España! ¡Viva Cristo Rey!” Y es que por entonces se presumía la catástrofe que estaba a punto de sobrevenirnos. Había nacido en Valera de Arriba (Cuenca) el 13 de septiembre de 1881 y ordenado sacerdote el 19 de marzo de 1904. Contaba 21 años de edad cuando opositó al órgano de la Catedral de Badajoz, el 21 de enero de 1903. Se posesionó del beneficio el 18 de abril, ejerciendo su ministerio hasta 1918 en que fue promovido al órgano de la Primada de Toledo. Durante sus años pacenses tuvo como segundo organista don Rafael Lozano Alonso, presbítero, natural de Villanueva de la Serena (Badajoz). Compositor y musicólogo, contribuyó decididamente la renovación de la música sacra hispana a raiz del Motu Proprio de San Pío X. Doy ahora algunos datos de la actividad cultural en el campo de la música de los tres mártires. Son datos obtenidos principalmente en los números de la revista “El Tesoro sacro musical”, de los años 1927, 1928 (octubre y noviembre), 1929 (febrero y mayo), 1930 (junio), 1931 (diciembre). Se recoge en estos números un amplio trabajo, obra de Rubio Piqueras, sobre el estado y la renovación de la música sagrada en España por entonces. En el último, otro asimismo de Juan M. Fernández. En plena guerra aún (1938) se publicó otro número en abril con un artículo de Jerónimo Bonilla, recordando al organista Rubio Piqueras y de paso a los dos hermanos Ferré. El trabajo principal que se cita, de Rubio Piqueras, se titula “El archivo musical de la catedral de Toledo”. Se conoce también por sus referencias y las de otros que en la primavera de 1924 se creó en Toledo la Asociación de cultura musical, que tuvo actividad hasta 1933 y de la que fue Delegado José Ferré y en la que su hermano Luis desempeñó un papel muy activo. Precisamente la casa que ellos habitaban entonces en el nº 4 de la calle de la Plata les servía de lugar de reunión. Se conserva en el Archivo del Ayuntamiento una solicitud firmada por José Ferré, en su calidad de Delegado en Toledo de dicha asociación musical, pidiendo a la autoridad municipal la concesión del Teatro de Rojas para un gran concierto que se estaba preparando, con la actuación también de artistas extranjeros. La firma en septiembre de 1924. En la citada revista “Tesoro sacro musical”, se citan algunas composiciones de Luis Ferré y otras que parecen ser de ambos hermanos. Del primero, “Misa ferial”, a tres voces; “Miserere mei fili David”, a seis; el motete mariano “Tota pulchra”, a tres voces y orquesta; el himno “Vexilla Regis”, a cuatro voces. Se conservan asimismo de Luis, o quizá también de su hermano, motetes de Semana Santa: “In monte”, a cuatro voces; “Pueri”, a cuatro y ocho; “Gloria laus”, a cuatro. Del Domingo de Ramos: “Las Lamentaciones”: primera, del miércoles, a tres; segunda, del jueves, a tres; segunda del viernes, a tres; y el ofertorio “Dextera Domini”, del Jueves Santo. Sabemos asimismo que Luis compuso el “Himno de la coronación de la Virgen del Sagrario”. Rubio Piqueras, en su artículo, hablando especialmente de Luis Ferré, dice que al hacerse cargo de su misión en enero de 1908,“se encontró con el problema hondo y difícil de soterrar lo viejo malo, sustituyéndolo por lo nuevo bueno o por lo menos regular y aceptable. A la balumba de composiciones chabacanas, necias, y estultas del siglo XIX, locales y no, hubo de oponer lo litúrgico o por lo menos, algo que se le aproximara. Esa fue la labor del señor Ferré en los primeros años de su actuación. Luego, con transcripciones de obras polifónicas y con tal o cual composición propia, ha ido encauzando el gusto por los nuevos derroteros”. “El actual Maestro de Capilla, Sr. Ferré, y con él los que hemos desempeñado cargo musical en la Catedral toledana, hemos dado a conocer el último grito del arte religioso europeo, aún el más avanzado, siempre, claro está, dentro de lo litúrgico. Se ha ejecutado, pues, en la gran Catedral lo mejor del repertorio moderno y aún modernista. Digamos que los organistas de la época renovadora son Ferré (D. José, actualmente Capellán de Reyes) y hermano de D. Luis (actual Maestro de Capilla)”. No encontré aún más datos sobre estos dignos y cultos sacerdotes mártires. Pero lo referido es un argumento más de que aquella persecución anticristiana, no fue solo contra la Iglesia, sino también contra nuestra riqueza cultural y artística. |
POR JAIME COLOMINA TORNER Al referir el martirio de estas dos mujeres en Ocaña, manifiesto mi agradecimiento al P. Jesús Santos Montes, O. P., residente durante largos años en Ocaña y académico de la Real Academia de Bellas Artes y Ciencias Históricas de Toledo, por haberme facilitado estos datos de su archivo, que completan los que ya tenía yo. Tomasa Medina González nació en Ocaña el 7 de marzo de 1891. Tanto su familia como ella misma, fueron profundamente religiosos. Se unió en matrimonio con Eduardo Candenas. Tuvieron dos hijos, Félix y Carmen. Félix, con 19 años en 1936, había iniciado la carrera de Medicina. Carmen, con 17 años, estudiaba piano en Madrid, y asistía a las clases de las Hermanas Dominicas. Tomasa era de comunión diaria y estaba muy relacionada con la Comunidad Dominica de Ocaña; pertenecía a la Cofradía del Rosario Perpetuo. Fue también nombrada Maestra de Novicias de la V.O.T., esto es de las que deseaban ingresar en la Comunidad de Dominicas seglares. En Ocaña fueron 194 los asesinados en los tres meses siguientes, la mayoría solo por sus convicciones cristianas. Casi todos habían sido encarcelados ya el 20 de julio. Y antes de finalizar el mes, comenzaron las ejecuciones. El marido de Tomasa, Eduardo, sería fusilado el 3 de agosto; el hijo, Félix, ya en la cárcel. |
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Las dos pobres mujeres quedaron solas y aterradas. La adolescente Carmen tenía en casa un piano para sus estudios musicales. El 17 de agosto irrumpen en la vivienda 15 milicianos con un papel del alcalde la villa, reclamando ese piano para su Casino o Casa del Pueblo. La chiquilla sugirió tímidamente que ya había uno allí. –“No importa. Lo necesitamos. Y además os comunicamos que mañana sacamos de la cárcel a Félix. Ya sabéis para qué”. A la noche siguiente Félix yacía cosido a balazos. El momento llegó en la mañana del 22, cuando los milicianos aporrean la puerta gritando. Las dos mujeres saltan como pueden una tapia del patio interior, buscando refugio en una casa vecina, ocultándose bajo haces de leña; la madre con la pierna malherida en ese salto. Las milicias fuerzan la entrada y al no hallarlas dentro, las buscan en la vecindad y no tardan mucho en dar con ellas. -No les hagáis daño. Son muy buenas, protesta una vecina. Las suben a una camioneta entre insultos y malos tratos, que continúan durante el camino. Parece incluso que uno de ellos violó delante de su madre a la pobre chiquilla. Poco más allá de Villatobas (Toledo) las mataron. ¿Cómo? No parece que fueran fusiladas, sino degolladas. De hecho, cuando mucho más tarde se buscaron sus restos, apareció la cabeza de la madre cortada. Así pues, la Fraternidad de Dominicos Seglares de Ocaña (Toledo) cuenta con el honor de tener una Sierva de Dios en sus filas. Y lo mismo se puede decir de los cofrades del Rosario Perpetuo del Ocaña, pues madre e hija pertenecían a una y otra. |
JESÚS BRAZALES SALCEDO | |
Gracias al sacerdote D. Amós Damián Rodríguez de Tembleque que atiende actualmente Marjaliza (Toledo) recuperamos la historia del Siervo de Dios Jesús Brazales. Así como al querido D. Eduardo Álvarez, que durante tantos años ejerció como Sacristán Mayor en la S.I.C.P. de Toledo, y que nos lego las páginas del Capítulo XLII (“Los que saben vencer”) del libro “Llamadas íntimas” que escribió el P. Benjamín Brazales, natural de Villanueva de Bogas (Toledo), franciscano del Vicariato Apostólico de Tánger, ambos (el franciscano y el mártir) emparentados con él. Jesús nació en Marjaliza (Toledo) el 17 de agosto de 1916. Sus padres eran Patricio Brazales, natural de Villanueva de Bogas (Toledo) y Fortunata Salcedo. El padre ejercía de secretario del Ayuntamiento de Marjaliza y de sacristán en la parroquia. |
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A la educación cristiana recibida de sus padres, juntaba también la recibida en el Seminario Conciliar de Toledo, donde pasó varios cursos de preparación para el sacerdocio. Cuál fuera su disposición de ánimo e los últimos días y en los últimos instantes de su vida consta por los datos siguientes: su cristiano padre, ante las circunstancias de aquellos álgidos momentos, se preocupaba de lo que pudiera ocurrir, y trató de sondear la disposición de ánimo de su hijo, a lo cual éste, decidido, contestó: “Padre, esté usted tranquilo; confesé y comulgué el día en que aquí, en el pueblo, se celebró la última misa y estoy preparado a sufrir resignadamente lo que Dios quiera”. Más tarde, en el momento en que los enemigos de Dios y de la Patria penetraban en su casa para apresarle y muy pronto matarle, tomó en sus manos la imagen del Sagrado Corazón de Jesús que solía tener en la cabecera de la cama, y dándola a besar a sus padres y hermanos, les dijo: “No lloréis, voy al cielo y allí pediré por todos vosotros”. Y como último recuerdo les dejó un papel escrito de su puño y letra, cuyo contenido es el siguiente, que copio literalmente: “Viva el Sagrado Corazón de Jesús. Postrado delante de Él le he ofrecido mi sangre para que me perdone mis pecados. Yo, si he de dar mi cuerpo para que lo maten, lo doy con mucho gusto por Él, pero sepan que mi alma no la matan, sino al contrario: la glorifican. Padres, no me lloren, pues me voy al cielo; les pido que no me olviden en sus oraciones. Perdono a mis enemigos, pues ellos me han subido al cielo. Viva Cristo Jesús y la Santísima Virgen, mi madre”. El valeroso joven que esto escribía, y que así se despedía de sus padres y hermanos de la tierra, estuvo muy pocas horas en la cárcel, pero aún éstas las dedicó, y así consta por testimonios fidedignos, al apostolado entre sus compañeros y a infundir en el ánimo de éstos sentimientos de valor y de resignación cristiana, hasta que en la noche del 31 de agosto de 1936, en las inmediaciones de Marjaliza (Toledo), y a una distancia no mayor de cincuenta metros del lugar en que fue martirizada Santa Quiteria, virgen española de fines del segundo siglo del cristianismo, fue fusilado, habiendo sido sus últimas palabras, como afirma un testigo presencial, el valeroso grito, pronunciado con toda entereza y energía: ¡Viva Cristo Rey! |
Agradecemos a don Pedro Antonio Alonso Revenga el material fotográfico que nos ha cedido para “Padrenuestro”. La información del mártir es de un artículo que sobre la vida del Siervo de Dios se publicó en el nº 22 de la revista “El Rollo” de junio de 1999, según declaración verbal de León Mª González Ayuso, hermano menor del mártir, testigo presencial. Natural de Guadamur, nació el 20 de noviembre de 1905. Sus padres se llamaban Petronilo González Santillán y Doña Felisa Ayuso Díaz. Desde su infancia siempre fue un niño ejemplar, lo mismo en casa como en la iglesia a la que iba a diario, ya que su padre era el sacristán de la parroquia y le ayudaba en sus tareas. Igualmente en la escuela, dadas sus cualidades don Andrés Hornillos se creyó en el deber de ponerlo en conocimiento de sus padres para felicitarles por su buen comportamiento en clase con los demás niños y por la gran inteligencia de su hijo Alfonso. A Alfonso le gustaba vestirse con una pequeña sotana que su buena madre tuvo que hacerle y con los niños del pueblo solía organizar procesiones con pequeñas imágenes de Santos que tenía en su casa. Salían por las calles y por el campo con los santos en las andas, entonando canciones religiosas. Algunos testigos recuerdan que Alfonso les “predicaba” y que todos le conocían por “el curita”. Un buen día -relatan algunos compañeros suyos- íbamos muchos niños en una de esas procesiones cantando y llegando a una era en la que se encontraba una mujer con una manada de pavos, se dirigió a Alfonso y le gritó: -“¡Alfonsito, para la procesión y que se callen los niños que se espantan los pavos!” A lo que Alfonso respondió: “¡Que se espanten los pavos y que siga la procesión!” En su casa tenía una buena colección de folletos pequeñitos, con biografías de santos, de los que la familia aún conserva algunos. No se dormía nunca sin haber leído antes alguno de ellos. Alfonso, finalmente ingresó en el Seminario Menor de Toledo, donde enseguida se distinguió por su aplicación, obediencia, humildad y simpatía; siempre estaba muy alegre. A su debido tiempo pasó al Seminario Mayor donde también se distinguió por su ejemplaridad. Era de familia humilde, disfrutaba de una beca de estudios que el Conde de Cedillo había legado a los seminaristas de Guadamur. Alfonso tenía muchos y muy buenos amigos. Entre sus condiscípulos estaba don Anastasio Granados, que más tarde sería obispo auxiliar de Toledo y Obispo de Palencia. En las vacaciones de verano iba a Guadamur y organizaba festivales y funciones de teatro con los jóvenes repartiendo lo que recaudaban entre los más necesitados, a los que profesaba gran estima, visitándolos con frecuencia para llevarles alimentos y ropas. Un día su buena madre echó en falta la ropa de la cama de su hijo Alfonso, cuando le preguntó si lo sabía, éste le contestó que se la había llevado a un anciano pobre que estaba enfermo. En la iglesia ayudaba al párroco en las tareas de la catequesis, liturgia y cantos, tocando el órgano. Por fin, Alfonso logró su gran sueño y recibió la ordenación sacerdotal, de manos del Cardenal Pedro Segura, el 21 de septiembre de 1929. Cantó su primera misa del 28 de septiembre del mismo año en la parroquia de Santa María Magdalena, predicando el Siervo de Dios Juan Carrillo de los Silos. Sus padrinos fueron los Condes de Cedillo. Éste día fue una gran fiesta tanto para él como para sus familiares, padres, hermanos y abuelos… Su primer nombramiento será el de párroco de Aranzueque y Valderachas, en el arciprestazgo de Pastrana (Guadalajara). “El Castellano”, diario católico de información, como reza en su cabecera, nos informa el viernes 12 de septiembre de 1930 que: “El día de la fiesta, al amanecer, la música recorrió las principales calles de la villa tocando alegres dianas; y a las diez se celebró la misa solemne a toda orquesta, ocupando la sagrada cátedra don Alfonso González. Por la tarde, del día 8, fue el ofrecimiento y procesión que como en años anteriores constituyó un verdadero acontecimiento religioso, pues devotamente asistieron todo el pueblo y la hermandad en pleno, debidamente organizados bajo la presidencia de las autoridades… y ya serían más de las nueve cuando a los acordes de la Marcha Real y a los vítores del pueblo entusiasmado, hacía su entrada triunfal la Santísima Virgen en su ermita”. La foto que nos envía Pedro Antonio Alonso Revenga nos muestra a Alfonso, con sotana y sobrepelliz, en el ofrecimiento a Nuestra Señora de la Natividad en su fiesta del 8 de septiembre. De los pueblos de Guadalajara, primer destino de Alfonso, al año siguiente, en 1930, se le encarga la capellanía del Convento de Santa Cruz de las Madres Cistercienses de Casarrubios del Monte (Toledo). Finalmente, en 1932, es nombrado párroco para los pueblos de Argés y Layos, también en la provincia de Toledo. En ambos pueblos le querían muchísimo, pues era muy cumplidor de sus obligaciones con los niños, jóvenes y adultos. Don Alfonso permaneció en Argés y Layos hasta el mes de julio de 1936, ya que al comenzar la Guerra Civil tuvo que regresar a Guadamur, donde estaba su padre, sus hermanos y su abuela paterna; su madre había fallecido. León María, hermano menor del mártir, testigo presencial que redactó para la revista “El Rollo” estas líneas, contaba junto a sus hermanos que los días anteriores a su martirio, Alfonso oraba y se preparaba para bien morir. Uno de los primeros días del mes de agosto, y debido a que su padre era el sacristán de la parroquia y guardaba las llaves de la puerta de la iglesia y de la sacristía, enviaron al hermano menor que fuera al templo y se trajera la Sagrada Eucaristía. León María fue, pero al ir a abrir la puerta, le sujetaron y le quitaron las llaves de la mano enviándole a casa. La mañana del 10 de agosto de 1936, fue un día terrible para Guadamur, ya que ese día fueron asesinadas varias personas, así como quemadas las imágenes y los altares de la iglesia. Don Alfonso estaba en casa con su familia. Su padre estaba enfermo en cama. Todos se lamentaban por la quema de las imágenes y la profanación del templo. Un gran silencio reinaba en la casa cuando vieron entrar por la puerta a seis individuos armados con fusiles. |
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Ofrecimiento con el SD Alfonso Sacerdotes en el castillo |
Ya en el interior preguntaron: “¿Quién es el cura?”. Él no tuvo valor para despedirse, tan solo lo hizo de su abuela, a la que abrazaba, mientras le decía: “-Adiós, abuela, hasta la eternidad”. Le retuvieron en la plaza, ante la iglesia, dos o tres horas para que contemplara la parodia sacrílega en la que, revestidos algunos milicianos con ornamentos, se burlaban de los ritos religiosos, mientras ardían las imágenes y el ajuar litúrgico. Le hicieron llorar amargamente. Luego le llevaron al ayuntamiento donde había milicianos de la FAI, que vinieron al pueblo expresamente para matar a gente. Un vecino del pueblo dijo: Le subieron a una camioneta y al final del pueblo Don Alfonso dijo: Él bajó de la camioneta y santiguándose les dijo: “-Dios os perdone como yo os perdono” y, sin apenas andar dos pasos, gritó: “¡Viva Cristo Rey!”, recibió un disparo en la nuca, dejándole muerto en el acto, a menos de un kilómetro de Guadamur. Tenía entonces Don Alfonso 33 años. Una mujer que venía por el camino lindante vio todo lo ocurrido escondida tras un árbol, y llegó al pueblo, muy nerviosa y descompuesta, contándolo todo como lo había visto. Ese mismo día, mataron también al párroco de Guadamur, el Siervo de Dios Ángel Alonso Peral. Alrededor del mediodía algunos familiares y amigos de Don Alfonso trajeron su cuerpo en un carro al cementerio de Guadamur. El pueblo entero sintió tan grande pérdida. |
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En 1939, en el lugar donde fue asesinado, se colocó una pequeña cruz de piedra que todavía permanece. Sus restos reposan en el cementerio de Guadamur. Recién terminada la Guerra Civil, el cardenal primado de Toledo, Monseñor Isidoro Gomá visitó el pueblo para bendecir la iglesia profanada, y al saludar al hermano del Siervo de Dios, le dijo: “-Tienes un hermano santo”. |
JESÚS MORALES SÁNCHEZ | |||||||||||
La reseña que presentamos fue elaborada por don Antonio Lorente Morales, familiar del Siervo de Dios, para la revista “El Rollo” (nº 21, diciembre de 1998) que se publicaba en Guadamur. Agradecemos encarecidamente a él y a sus familiares los datos y las fotografías aportadas. Jesús Morales Sánchez nació en Guadamur (Toledo) el 19 de diciembre de 1884. Sus padres, también guadamurenses, se llamaban Eustaquio y Soledad. Durante el parto, mientras Soledad daba a luz al último de sus hijos, Eustaquio expiraba en el lecho aquejado de una grave enfermedad intestinal. Del matrimonio nacieron cinco hijos: Santiago, Francisca, Amalia, Felisa y Jesús. Soledad siempre repetía con gran orgullo del benjamín: “Éste será el báculo de mi vejez”. En cuanto tuvo ocasión, y disfrutando de una beca costeada por los Condes de Cedillo, se marchó al Seminario de Toledo, para poder ser sacerdote. Jesús creció muy delgado, pero bajo esta apariencia de debilidad física, se escondía una fortaleza espiritual, de la que hizo gala a lo largo de su vida sacerdotal. Recibió la ordenación sacerdotal el 19 de febrero de 1910. Tan pronto como celebró su primera Misa, contó con los cuidados de su madre y después con los de sus sobrinos, por lo que cariñosamente le decían en cuantos pueblos ejerció su ministerio que era “el cura de los sobrinos”. Primero fue destinado como coadjutor a Villarrobledo (Albacete). Más tarde desempeñó el mismo puesto en una parroquia de Guadalajara. Al poco tiempo fue nombrado ecónomo de Argés (Toledo) y después de Villaseca de la Sagra (Toledo). De allí pasó a San Martín de Montalbán (Toledo). Mediante concurso de méritos obtuvo la parroquia de Orgaz (Toledo) y Arisgotas (Toledo). En este destino se hallaba cuando nuestro Padre Dios le eligió para entrar en la gloria de los mártires.Su humildad y bondad a lo largo de una vida ejemplarísima, quedó truncada al ser martirizado por el sólo delito de ser sacerdote y nada más que por ello.
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El 18 de julio de 1936, don Jesús, estaba en su parroquia de Santo Tomás. El comité se adueñó de ella y le prohibió entrar, a pesar de los ruegos, para consumir las Sagradas Formas del Sagrario. La inseguridad existente le llevó a refugiarse en Arisgotas, en casa de una familia muy religiosa, que no dudó en admitirle. Todo ello con conocimiento del comité de Orgaz.
En vista del cariz que tomaban los acontecimientos, don Jesús se presentó a la familia que le tenía acogido y les dijo: “Presiento que el Señor me llama al martirio y yo no puedo desoír su llamada. Esta noche (la del 7 al 8 de agosto) me marcharé agradecido por su hospitalidad, para llegar a campo a través hasta Guadamur, mi pueblo; con el fin de dar un beso a mi hermana y sobrinos y despedirme de ellos”. Y así lo hizo, sin oír los ruegos de aquella buena familia, para que no saliera.
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FÉLIX CALLEJA BLAS | ||
Natural de Tamajón, provincia de Guadalajara, había nacido el 20 de enero de 1896. Tenía tres hermanos más. La mayor aparece en la fotografía, él era el segundo. Recibió la ordenación sacerdotal el 14 de junio de 1919. El precioso recordatorio de su ordenación recoge una frase de Santa María Magdalena de Pazzi: “La mayor merced que Dios puede hacer después del bautismo es la de la vocación religiosa”. En el reverso se nos recuerda que celebró su primera misa un jueves de Corpus, en la iglesia de San Antón de los PP. Escolapios, en el nº 69 de la madrileña calle de Hortaleza. Tras los primeros destinos llegó el nombramiento para la parroquia de Noez (Toledo). Era el año de 1929. Por los testimonios sabemos que tenía mucha relación con el mártir el Siervo de Dios Rufino Esteban-Manzanares, párroco de Totanés (Toledo). Cuando estalla la Guerra Civil ejerce en la parroquia de Los Yébenes (Toledo). Los sucesos ocurrieron en la jornada del 24 de julio de 1936, vísperas de la fiesta de Santiago, una semana después de iniciarse el conflicto bélico. Según se supo un sacerdote, que atendía pastoralmente una finca privada como capellán, había sido herido de un disparo por las milicias. Se trataba de don Cipriano Santos. Don Félix al comprobar que no recibía asistencia médica, se dirigió al comité para reclamar. No llegó. A los pocos metros, y sin más conversación, los marxistas también le disparaban, y, aunque se rehízo y pudo refugiarse en su casa, murió allí desangrado a las pocas horas. Al enterarse el sacristán, el Siervo de Dios Julián Sánchez-Garrido, del asesinato del sacerdote, salió y a los pocos metros se topó con unos milicianos, a los que dijo: “Así no se mata a los hombres”, refiriéndose a Don Félix. Como respuesta frente a la misma iglesia de Santa María, le dispararon a él. Estuvo agonizando en la calle más de una hora, sin permitir los verdugos a personas o familiares o personas ajenas que se acercarán y prestarán auxilio. Ya de noche lo llevaron en un volquete al cementerio. |
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Hablar de Illescas (Toledo) es hablar de la Virgen de la Caridad. Según los historiadores, la talla primitiva debió pertenecer a San Ildefonso, cuando era arzobispo de Toledo, ya que en el año 636 funda en esta localidad un monasterio de la orden de San Benito, donde coloca la imagen de la Virgen. Hablar de Illescas (Toledo) es hablar de la Virgen de la Caridad. Según los historiadores, la talla primitiva debió pertenecer a San Ildefonso, cuando era arzobispo de Toledo, ya que en el año 636 funda en esta localidad un monasterio de la orden de San Benito, donde coloca la imagen de la Virgen. Con el transcurso de los siglos llega a Toledo, el Cardenal Francisco Jiménez de Cisneros (1436-1517), que pertenecía a la Orden Franciscana, tercer Inquisidor General de Castilla. Isabel la Católica tuvo en Cisneros no sólo un confesor, también un consejero. Se sabe que bajo sus vestiduras llevó siempre el humilde hábito franciscano. Cuando el Cardenal Cisneros visita la villa de Illescas, el monasterio de San Ildefonso debía estar en ruinas, por lo que se pasó la imagen de la Virgen, a la capilla del Hospital de la Caridad que acababa de levantar el Cardenal. La Virgen que hoy se admira en el Santuario es una talla del siglo XIX, pero se conserva una más antigua, posiblemente del siglo XIII. El “Anuario diocesano” editado el año 1930 al hablar de los pueblos y ciudades que componían por entonces el Arzobispado de Toledo, de una extensión superior a la actual, nos recuerda que por entonces los pueblos de Illescas y Yeles tenían un párroco común. Y tenían una población de 2.050 habitantes el primero y de 400 el anejo. La “Guía Diocesana” del pasado año dice que Illescas tiene 17.312 habitantes y Yeles 3.665 habitantes: ¡un cambio bastante considerable!
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JACINTO GARCÍA-ASENJO GUERRA | ||
Jacinto había nacido en Orgaz (Toledo) en 1907. Tras su paso por el Seminario recibió las Sagradas Órdenes el 19 de diciembre de 1931. Después de varios destinos es nombrado párroco de Lucillos (Toledo). El 5 de septiembre de 1935 aparece su nombramiento en las páginas de “El Castellano”. Según se sabe el término «Lucillos» sería el plural del romance lucillo que significa sepulcro. Esta palabra se deriva del latín vulgar LOCELLVM, ‘cofrecillo’ y según nuestro historiador Fernando Jiménez de Gregorio el nombre se toma de Val de Lucillos, ‘valle de los sepulcros’. Con todo un ministerio aún por desarrollar nuestro joven sacerdote encontraría aquí el lugar de su sepulcro. Sus restos han sido siempre venerados por la gente del lugar reconociendo en él al mártir de Jesucristo. Vivía con sus padres en la casa rectoral. Apenas iniciada la guerra, el día 24 de juliode 1936, unos milicianos vinieron a verle para pedirle las llaves del templo, con la excusa de colocar una bandera roja en la torre. Al terminar, hacia las dos de la tarde, se personaron nuevamente en la casa, y delante de sus padres en un pequeño jardín de la vivienda, sin más dispararon a quemarropa sobre Don Jacinto. |
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Acabada la contienda se supo que su otro hermano, tras alistarse con los nacionales cayó muerto en el campo de batalla, dejando a sus padres en triste soledad. A éstos, algunos años después de acabada la guerra, y en atención a los dos hijos muertos, el gobierno del General Franco les concedió una pensión, para que entraran en los días de su ancianidad sin preocupación ninguna por el porvenir. Pero ellos, a pesar de verse delicados de salud, destinaron todo el dinero de esta pensión a cubrir los gastos de un estudiante en el seminario de Toledo, para que otro joven llegase a ser sacerdote, y “predique-decían- de parte de nuestro hijo, que ya no puede predicar” (esta anécdota la recoge el P. José Julio Martínez, SJ en su obra “Todo y,… cantando”, Pág. 170).
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INOCENTE LÓPEZ ALONSO | ||
Natural de Yuncos (Toledo) había nacido el 28 de diciembre de 1895. Ordenado el 17 de diciembre de 1921. En el “Anuario Diocesano” para 1930 se nos dice que ejercía de párroco en Albalate de Zorita (Guadalajara). Tras la muerte, en los primeros meses de 1934, de don Mariano Mora Fernández, cura ecónomo de la parroquia de Belvís de la Jara (Toledo) y, tras varios meses de sustituciones de los sacerdotes de los pueblos cercanos, a don Inocente se le encargó esta parroquia. “El Castellano” del viernes 16 de noviembre de 1934 titula la siguiente noticia: “En Belvís de la Jara, renacimiento religioso”. La noticia narra que “es ostensible el despertar religioso de este pueblo, que era apático e indiferente para las cosas de la Iglesia. El solemne novenario de Ánimas que este año ha organizado el nuevo sacerdote encargado de la parroquia, don Inocente López Alonso, así lo ha puesto de manifiesto. Persuadido el señor López Alonso de que la devoción, tan arraigada en este pueblo, a las benditas almas del Purgatorio, podría ser un estímulo para atraer a los fieles al templo, proyectó, de acuerdo con la Hermandad, variar la hora de los cultos, fijándolos a hora oportuna para que pudieran asistir los trabajadores del campo, y ofreciéndose a predicar gratuitamente durante toda la novena, y el éxito más rotundo ha coronado la iniciativa de nuestro señor cura, frustrando los augurios que hacían aún los más optimistas. El templo se ha visto repleto de fieles, de bote en bote, hasta el extremo de que muchos, para seguir al orador en su cálida palabra, utilizaban los bancos de la iglesia como plataforma. Ello es muy consolador, siendo de desear que el vecindario de Belvís siga el buen camino que le traza su digno párroco”. Pasados los años la historia se repetirá también para Don Inocente. Tras estallar la guerra civil fue apresado el 24 de julio de 1936 por las autoridades republicanas y por las juventudes socialistas. Permaneció en la cárcel hasta el día 27. Ese día le hicieron salir para que arrojase las aguas sucias de la prisión y, luego le condujeron fuera del pueblo, junto al puente, disparando sobre él y dejándolo herido de muerte. El que fuera Obispo auxiliar del Cardenal Pla y, posteriormente, Obispo de Palencia, Monseñor Anastasio Granados, escribió meses después (noviembre de 1936) una especie de diario con los recuerdos que le toco vivir en aquellas jornadas. El día 28 de julio puede leerse. Entretanto, yo me encontré en la finca “Los Villarejos” con el buenísimo Antonio, fundador de la Juventud Católica en Espinoso del Rey, de donde era veterinario. Él me contó detalles de la muerte de don Inocencio López Alonso, ecónomo de Belvis de la Jara. Le mataron a las 11 de la mañana del día 27 en un puente; el asesino fue un desgraciado llamado “el obispo”. Una hora después de haber recibido los dos tiros, en la espalda y en la cabeza, todavía vivía y pudo decir a los que iban a recogerle: “Pido perdón al pueblo y perdono a todos. Ruego que suelten a los presos y que me echen a mí la culpa de todo; que no maten a nadie más. Rematadme, que no puedo más”. |
PERSECUCIÓN EN CONSUEGRA | ||||||||||||||||||||||||
Según sabemos por el anuario Diocesano de Toledo en los años 30 Consuegra contaba con más de ocho mil habitantes. Había tres comunidades religiosas: los Padres Franciscanos, las Madres Carmelitas y las religiosas del Colegio de Nuestra Señora de la Consolación. La parroquia contaba con las órdenes terceras de San Francisco y de los Servitas. Adoración Nocturna, Jueves Eucarísticos, Apostolado de la Oración, Hijas de María, Cofradías del Santísimo Sacramento, de la Purísima Concepción, de la Vera Cruz, de San José, de San Antonio de Padua, de Ánimas, del Niño Perdido, de la Milagrosa, Juventud Católica y las Conferencias de San Vicente Paúl conformaban el panorama de un parroquia absolutamente viva. Tras producirse el Alzamiento, el 21 de julio de 1936 el Comité revolucionario clausuró todo los edificios religiosos: la parroquia de Santa María la Mayor, la filial de San Juan Bautista y las ermitas de la Vera Cruz, de San Rafael y de la Virgen del Pilar. Las llaves quedaron en poder de los marxistas, quienes habilitaron algún tiempo después la iglesia parroquial para prisión y cuartel de milicias; la filial para almacén de granos y, para albergue de refugiados, la ermita de la Vera Cruz. Las otras dos ermitas permanecieron cerradas. Antes, todos los templos, fueron bárbaramente saqueados, siendo destruidos o quemados los órganos y casi cincuenta imágenes fueron destruidas, incluidos todos los pasos de Semana Santa que se guardaban en la Vera Cruz.
El clero parroquial estaba integrado por el ecónomo, el Siervo de Dios Manuel del Campo Gómez, tres coadjutores los siervos de DiosJulián Gutiérrez García de la Cruz, Francisco Lumbreras Fernández y Julián Díaz-Mayordomo y Reguillo, además del Siervo de Dios Benigno Moraleda Martín, anciano sacerdote que residía en Consuegra en calidad de adscrito a la parroquia. El número de sacerdotes aumentaba notablemente durante el verano por la llegada al pueblo, para pasar unos días de vacaciones entre sus familiares, de los hijos del pueblo, fecundo en vocaciones eclesiásticas y religiosas. La angustiosa situación que atravesaba España en la primera quincena del mes de julio y los desmanes que sufrían los sacerdotes, fue la causa de que muchos de ellos coincidiesen en su localidad natal en las mismas fechas. Allí se encontraba el Siervo de Dios Vidal Díaz Cordovés, canónigo obrero de la Catedral Primada; el Siervo de Dios Dativo Rodríguez Jiménez, párroco de Fuensalida; el Siervo de DiosBalbino Moraleda Martín-Palomino, regente de Rielves y Barcience; el Siervo de Dios Jenaro Gutiérrez Nieto, adscrito a Fuensalida; el Siervo de Dios José Dorado Ortiz, coadjutor de Orgaz; el Siervo de Dios Daniel Gutiérrez Fernández, coadjutor de Mora; el Siervo de Dios Gregorio Romeral Morales, párroco de Villafranca de los Caballeros y el Siervo de Dios Pablo Rivero Sánchez-Perdido, coadjutor de La Guardia. Además de un numeroso grupo de religiosos: franciscanos, escolapios y hermanos de la Salle, hijos del pueblo o destinados en Consuegra. |
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Antes de proseguir con la narración del martirio del ecónomo de Consuegra y de los otros sacerdotes queremos reseñar el caso de un joven asesinado en los primeros días del mes de agosto. Es el caso de uno de los muchos cientos de jóvenes seglares de los que, por la falta de testimonios, no pueden incluirse en la Causa de canonización. Se trata del joven Ricardo López Palomino, asesinado con 18 años. Pertenecía a una familia humilde, ayudaba a su padre en una sencilla carpintería. Significado ante el pueblo por su labor en la parroquia, Ricardo era el encargado de distribuir “El Buen amigo”. Según Leandro Higueruela del Pino en su estudio “Prensa y sociedad en Toledo durante la Segunda República” era éste un periódico religioso fundado, en 1922, por el sacerdote toledano Federico González Plaza. Primero fue quincenal y luego semanal, aumentado considerablemente en pocos años hasta el punto de ser considerado “el mejor periódico popular de los que se publicaban en España”. Su agilidad, baratura y adaptación a la mentalidad del campesino hicieron de este periódico el instrumento de mayor culturización rural, en el que aprendieron a leer muchos labriegos. El éxito de “El Buen Amigo” estimuló la creación de otros boletines aunque no llegarían a alcanzarle en número de ejemplares y constancia. Algunos testimonios del clero rural lo confirman: el párroco de Belvís de la Jara ponderaba la eficacia de estas hojas que repartía entre el campesinado, subrayando que realmente lo leían. El de Escalona aludía al éxito de”El Buen Amigo” precisamente entre la clase trabajadora. El párroco de Las Herencias lo utilizaba como instrumento de culturización y todo el clero se sirvió de estas hojas para contrarrestar la propaganda impresa anticlerical y antirreligiosa. Por eso, sin duda, es justo reconocer en Ricardo López Palomino, asesinado en plena calle, ante el convento de las MM. Carmelitas, el 9 de agosto de 1936, al mártir del “Buen Amigo”, que el mismo distribuía por las casas del pueblo. Las detenciones de los sacerdotes y religiosos dieron comienzo el 21 de julio con el encarcelamiento de los Hermanos de las Escuelas Cristianas. Enseguida fueron asesinados los primeros sacerdotes. El profesor José Carlos Vizuete escribía para Padrenuestro en 2007 que “en toda la provincia no existían más colegios de religiosos que el de los Hermanos Maristas de Toledo y el de los Hermanos de la Salle en Consuegra. Ambas comunidades fueron completamente aniquiladas”. Y así, “en septiembre de 1925 la Fundación Díaz-Cordovés había construido en Consuegra un edificio para destinarlo a colegio cuya dirección aceptaron los Hermanos de las Escuelas Cristianas en junio de 1926 estableciendo la primera comunidad, formada por 4 hermanos, en agosto siguiente. En septiembre de 1926 se iniciaban las clases en el colegio de San Gumersindo, con tres aulas y 120 alumnos. En julio de 1936, la comunidad estaba constituida por otros cuatro hermanos, tres de ellos profesores en el colegio y el otro administrador de la casa: Teodosio Rafael (Diodoro López), que era el director, Carlos Jorge (Dalmacio Bellota), Felipe José (Pedro Juan Álvarez) y Eustaquio Luis (Luis Villanueva), el administrador. Tres días después de estallar la guerra el colegio fue incautado por el comité local del Frente Popular y los hermanos fueron detenidos y encarcelados en la iglesia de Santa María. La noche del 6 al 7 de agosto tres de ellos –Teodosio Rafael, Carlos Jorge y Eustaquio Luis– fueron sacados de su prisión y, en compañía de otros detenidos, trasladados a un paraje llamado Boca de Congosto, en el término de Los Yébenes, donde fueron fusilados. Un día después, en la noche del 7 al 8 de agosto, compartió la misma suerte el hermano Felipe José, asesinado, en compañía de uno de los coadjutores de la parroquia de Consuegra, el Siervo de Dios Francisco Lumbreras Fernández, en el término municipal de Fuente el Fresno (Ciudad Real) y seis consaburenses más.
Natural de Consuegra, había nacido el 17 de diciembre de 1890. Fue ordenado sacerdote el 18 de diciembre de 1915. Tras sus primeros destinos, “El Castellano” del 27 de octubre de 1920 da la noticia de que acaban de ser firmados una serie de nuevos nombramientos entre ellos el de un nuevo coadjutor para Consuegra: Francisco Lumbreras. Excelente orador, una crónica de la época comentando la predicación, en una fiesta mariana, afirma de él “que una vez más dejó demostrada su competencia en esta materia”. Tomás López en su libro “Aire fresco” (Toledo 2009) sobre la vida del Beato Felipe José, hermano de La Salle, refiere en el capítulo “Encarcelados por Cristo” que, el 21 de julio, mientras el Siervo de Dios Balbino Moraleda estaba celebrando la santa Misa, los milicianos fueron a detener a los cuatro religiosos. Antes, el sacerdote, les conminó a consumir las Sagradas Formas. López sigue contando:“Pasado el mediodía, fue conducido a la cárcel Demetrio López, uno de los pocos detenidos que, años más tarde, pudo contar su encuentro con los Hermanos. A media tarde llegó un joven que casualmente se llamaba Pedro Álvarez, como el hermano Felipe José. La cárcel municipal fue albergando cada día a más presos. Muchos de ellos eran personas conocidas… entre los presos estaba también Francisco Lumbreras, coadjutor de la parroquia”. La noche del 6 al 7 de agosto, como ya quedó dicho, fueron asesinados tres hermanos de La Salle junto a diez consaburenses más. Tras quedar sitio en “la cárcel” volvían a practicarse detenciones. El 7 de agosto fue detenido el coadjutor de la parroquia, Francisco Lumbreras. A la noche siguiente, sea porque se supo el error cometido (confundir a un Pedro Álvarez por otro) y tener conocimiento de que quedaba un Hermano o, simplemente porque tocaba, el comité revolucionario organizó una nueva saca de presos. No hubo juicio ni tribunal popular previo. Las víctimas fueron seleccionadas: ocho en total. Don Francisco Lumbreras cuando oyó abrirse la puerta, exclamó: “-Ha llegado nuestra hora”. Junto al religioso iba el coadjutor. Todos se confesaron, el sacerdote pidió al Hno. Felipe José su crucifijo para pedir perdón por sus faltas. Al subir al camión uno de ellos se echó a llorar, mientras don Francisco le animaba, diciéndole: “-No llores, porque la muerte que vamos a tener, no puede ser más gloriosa”. La siniestra expedición se dirigía camino de Urda. Al pasar por la ermita del Cristo, el coadjutor que habría celebrado allí tantas veces el sacrificio eucarístico gritó con voz potente: “-¡Viva el Cristo de la Vera Cruz!” “-¡Viva!” gritaron los detenidos. Vera Cruz Tras una avería en uno de los coches se reinstalaron en el camión. Al llegar a la carretera que une Toledo con Ciudad Real, continuó su marcha hacia el sur, hasta entrar en el término municipal de Fuente el Fresno, en un lugar llamado “El Cortijo”. Bajaron a las víctimas entre blasfemias, patadas y empujones. El que conducía el camión declaró que el sacerdote Lumbreras pidió ser el último en morir, para dar la absolución a sus compañeros. Hecho esto, le vendaron los ojos y lo acribillaron, pues todo el pelotón disparó contra él. Cuando años después se hizo la exhumación de los cuerpos, el coadjutor apareció con el cráneo machacado. Cuenta el Padre Marcos Rincón, vicepostulador de los PP. Franciscanos, que al comenzar la guerra civil, la comunidad franciscana de Consuegra era sede del teologado de la Provincia de Castilla y estaba formada por 32 religiosos: 9 sacerdotes, 19 estudiantes y cuatro hermanos no clérigos. 28 de ellos sufrieron martirio por la fe en diversos lugares y en distintas fechas de 1936. Los franciscanos estaban bien vistos por el pueblo, que era muy religioso, pero las autoridades locales actuaron a los dictados del Gobierno de la nación, que se había propuesto hacer desaparecer de España la religión. Como ya dijimos el 21 de julio, las autoridades se incautaron de todas las iglesias y prohibieron celebrar actos religiosos, incluso a puerta cerrada. Del 21 al 24, los franciscanos siguieron en su convento, pero sin poder salir y cercados por guardias del pueblo. Pasaron esos días en oración, se confesaron y celebraron la eucaristía en el oratorio del estudiantado. El 24 fueron expulsados del convento. El último en salir fue el Padre Guardián, el Beato Víctor Chumillas, que entregó las llaves a los agentes municipales. Los religiosos fueron hospedados por familiares y bienhechores. En los días de hospedaje llevaron una vida serena y de oración, sin intentar huir ni esconderse de los perseguidores. El P. Víctor expresó repetidamente su deseo de ser mártir.
Entre la tarde y noche del 9 de agosto y la mañana del 10, fueron detenidos 28 de los 32 franciscanos. Los otros cuatro lo serían el día 11. Ellos, sin protestar ni resistirse, pero conscientes de que los matarían, siguieron a los agentes, que los llevaron a la cárcel municipal. La estancia en la misma quedó escrita por el P. Chumillas en su breviario. Todos iban contentos de sufrir por el Señor y, al verse, se abrazaron, se pidieron mutuamente perdón y recibieron del superior la absolución general. Por la noche, ellos y los demás eclesiásticos encarcelados se confesaron, oraron y renovaron los votos y las promesas sacerdotales. Habiendo ingresado en la cárcel el 11 de agosto los demás sacerdotes (el ecónomo Manuel del Campo Gómez; los coadjutores Julián Gutiérrez y Julián Díaz-Mayordomo; el canónigo Vidal Díaz; los sacerdotes de Fuensalida Dativo Rodríguez y Jenaro Gutiérrez; Pablo Rivero, coadjutor de La Guardia; regente de Rielves, Balbino Moraleda y a Gregorio Romeral, párroco de Villafranca de los Caballeros), además de un grupito de escolapios (los Padres Cristóforo Rodríguez, Manuel Fuentes, Gregorio Gómez y José Moraleda; el día 10 había sido detenido el P. Moisés Vázquez).
Según los testigos, el 14 de agosto parece que dieron libertad a varios, sino a todos los sacerdotes detenidos, imponiéndoles en cambio una considerable multa a cada uno. Fueron liberados tres franciscanos de avanzada edad y uno de los estudiantes de teología, consaburense; además de otros religiosos. Ese mismo día detuvieron al Padre escolapio Emiliano Lara y al coadjutor de Mora, el Siervo de Dios Daniel Gutiérrez. Como relata en sus diferentes publicaciones sobre los mártires franciscanos el Padre Marcos Rincón, “pasada la media noche del 15 al 16 de agosto, los franciscanos fueron sacados de la iglesia-prisión. Inmediatamente, mandaron volverse a los naturales de Consuegra y a los hermanos no clérigos, en total, ocho, que serían luego asesinados. Los veinte restantes fueron subidos a un camión. Escoltado por varios coches, en los que iba el alcalde y miembros del Ayuntamiento, el camión salió de Consuegra, pasó por el pueblo de Urda y se detuvo en el lugar llamado Boca de Balondillo, en el término municipal de Fuente el Fresno (Ciudad Real). Los franciscanos, que habían ido rezando por el camino, fueron mandados bajar y ponerse en fila a pocos metros de la carretera. El P. Víctor Chumillas pidió al alcalde que los desatasen para morir con los brazos en cruz, pero no le fue concedido. Pidió que los fusilasen de frente, y el alcalde permitió que se volviesen. Entonces el P. Víctor dijo a su comunidad: “Hermanos, elevad vuestros ojos al cielo y rezad el último padrenuestro, pues dentro de breves momentos estaremos en el Reino de los cielos. Y perdonad a los que os van a dar muerte”. Y al alcalde: “¡Estamos dispuestos a morir por Cristo!” Inmediatamente, Fr. Saturnino clamó: “¡Perdónales, Señor, que no saben lo que hacen!”. Empezó la descarga de disparos. En ese mismo momento, varios de los franciscanos gritaron: “¡Viva Cristo Rey! ¡Viva la Orden Franciscana! ¡Perdónales, Señor!”. Eran aproximadamente las 3,45 de la madrugada del 16 de agosto de 1936. Los cuerpos de los veinte franciscanos, por orden de la autoridad, fueron recogidos ya de día, llevados en un camión y sepultados en el cementerio de Fuente el Fresno. Una cruz de mármol con una breve inscripción recuerda el lugar de su martirio.
Tras laproclamación de la Segunda República en enero de 1932 se disolvió la Compañía de Jesús, se secularizaron los cementerios y se legalizó el divorcio. El lugar que la República concedió por ley a la Iglesia iba siendo relegarla a la nada. Se tomaron medidas que no respetaban los principios democráticos ni eran políticamente prudentes. Medidas importantes como la Ley de Congregaciones, así como otras de menor trascendencia, como la prohibición de las procesiones religiosas. Recogemos esta extensa noticia sobre cómo actuó el Siervo de Dios en contraste con lo que muchas veces se nos hace creer sobre la actuación del clero contra esos gobernantes. Por informaciones de “El Castellano” del 15 de junio de 1932 sabemos que en la fiesta de San Antonio sucedieron los siguientes hecho: “por la tarde (del día 13) se celebró el último día del novenario, y durante este acto subió al púlpito el cura párroco para poner en conocimiento de los fieles que habiendo sido pedida por la Hermandad de San Antonio la correspondiente autorización para sacar la procesión, como en años anteriores, la imagen del Santo Paduano, la autoridad no había dado contestación a tal petición, y en consecuencia este año no podía celebrarse la mencionada procesión; con tal motivo, el señor cura párroco exhortó a los fieles a cumplir con exactitud las órdenes emanadas de la autoridad, y les puso de manifiesto la necesidad de retirarse de la iglesia con orden y compostura, una vez terminada la procesión que sólo se celebraría por el ámbito de la iglesia; más cuando ya la imagen del Santo se encontraba cerca de la puerta los ánimos se excitaron de tal modo que, a todo trance, y a pesar de las exhortaciones del párroco, el pueblo acordó sacar la imagen por las calles. El señor cura entonces, al ver el cariz que iban tomando las cosas, habló a los fieles nuevamente, exhortándoles a no contravenir las leyes, poniéndoles de manifiesto que él no podía en modo alguno autorizar la procesión y ordenándoles volver la imagen a su sitio. Todo fue en vano, pues ya los fieles, ordenados en filas, marchaban calle adelante, y los jóvenes sacaban la carroza de San Antonio. Entonces el clero se retiró, vista la imposibilidad de contener a la multitud, y ésta sola, sin clero y sin Cruz parroquial, recorrió el itinerario de costumbre con la mayor compostura, y con el mismo orden regresó a la parroquia, retirándose los fieles sin alboroto alguno, una vez que dejó la imagen del Santo en la iglesia”. El 18 de agosto de 1936 las autoridades decidieron hacer por la noche “otra saca”. Era el turno para Don Manuel del Campo, párroco de Consuegra, un grupo de siete seglares y tres franciscanos: Fray Cecilio, Fray José, Fray Gabriel. Como ya recordábamos la semana pasada ni el párroco ni Fray Cecilio habían sido liberados, a pesar de superar los 60 años. Respecto a Fray Cecilio y Fray Gabriel las autoridades se desdecían de lo dicho tres días antes, sobre que protegerían a los religiosos no clérigos haciéndoles pasar como trabajadores. En cuanto a Fray José Merino habían averiguado ya que no tenían parentesco con nadie en el pueblo. Los asesinos se detuvieron en la Cuesta de la Virgen, concretamente en un carreterín que sube a la ermita de la Virgen de la Sierra, patrona de Villarrubia de los Ojos. La noche estaba oscura. Hermenegildo Fernández, que era el encargado del santuario y vivía con su familia en la casa de los santeros (distante 1.400 metros del lugar de la ejecución) dice que al escuchar las descargar, miró su reloj: eran las tres de la madrugada.
Pablo Moraleda Navas nació el 2 de febrero de 1921 en Consuegra, en el seno de una cristiana familia de labradores acomodados. Penúltimo de siete hermanos y cuarto de los varones, – aunque el mayor murió siendo muy niño – adoraba a todos ellos y a sus dos abuelos, que convivían con ellos en la casa familiar.
Con gran aprovechamiento académico, ve superados curso tras curso, al tiempo que se acrecientan también sus cualidades humanas y morales. Es querido en el colegio, en su ambiente familiar, entre sus vecinos, entre todos cuantos le tratan y con él conviven durante sus estancias en Consuegra con motivo de los períodos de vacaciones. Es servicial, atento, amable, cariñoso, fino con los demás.
El 22 de junio de 1936 llegó Pablo a Consuegra un verano más y con un curso más aprobado con gran éxito y aplicación. Llegó además con el tiempo justo para asistir a la boda del mayor de sus hermanos, Ángel, que se celebró el día 24 en Consuegra y que sería la última ocasión en que toda la familia se viera reunida por tan feliz acontecimiento. Pronto la alegría y la felicidad darían paso a la tragedia en que, como tantas otras familias, se vio envuelta.
El 18 de julio, su padre y su hermano Ángel, recién casado, fueron detenidos y apresados en la iglesia de Santa María, convertida en prisión. Ángel había pertenecido desde muy joven al movimiento tradicionalista y era uno de sus más destacados miembros en la zona de La Mancha. Su padre, D. Dionisio Moraleda, tuvo una muy particular trayectoria y actuación durante esos cruciales años, que es preciso resaltar, pues a Pablo, aún tan niño todavía, le marcó mucho, le influyó en su formación y sirvió de base a la admiración y veneración que por él sentía.
Pero volvamos a los postreros días de julio y primeros de agosto de 1936. Presos su padre y su hermano Ángel y ante la necesidad de proporcionarles diariamente los alimentos, fue una sirvienta de la casa la que comenzó a realizar dicha tarea. Pero Pablo quiere llevarla a cabo él, por si alguno de los días tuviera la ocasión y la suerte de poder ver a sus dos seres queridos; por realizar ese servicio; o por ser así él, en definitiva. Tanto empeño pone en conseguirlo, que su madre y hermanas mayores ceden y, todavía más angustiadas de lo que ya estarían, consienten que Pablo “lleve la comida” desde la casa familiar, atravesando por delante del parque público, hasta el citado templo de Santa María. A lo largo de esta serie nos hemos apoyado en la investigación realizada por el vicepostulador de los PP. Franciscanos, el Rvdo. P. Marcos Rincón y en su obra publicada en 1997 “Testigos de nuestra fe” en las páginas 444-445 encontramos el siguiente documento. ¡Paz y Bien!
Desconsolada señora: Por si puedo llevar un átomo de consuelo a su atribulado corazón, le escribo estas letras que son el testimonio del sentimiento del mío. Fr. Víctor Chumillas
El Beato Martín Lozano, franciscano de Corral asesinado con el Beato Víctor Chumillas, se encontraba el 6 de agosto refugiado en casa de las hermanas Moreno. El padre Martín que tenía gran amistad con la familia del Siervo de Dios Pablo Moraleda Navas envío esta carta a la madre (“Testigos de nuestra fe” (Madrid 1997) pp. 436-437). Consuegra 6 de agosto de 1936 Con profundo dolor y el corazón ahogado de pena tomo la pluma, ¿para qué?, ¿para consolarla? En lo humano no cabe consuelo, pues el dolor y angustia de esa casa y la mía son inmensas como el mar. Pero soy sacerdote y elevo mis ojos al cielo y veo a los ángeles sobre esa familia con coronas para coronar a los mártires que han de honrarla para siempre. Objeto sois de santa envidia porque Dios os ha escogido como víctimas expiatorias por los pecados de España y siempre mereceréis bien de la Religión y de la Patria. Y ¿qué decir de mi Pablito? Un ángel del cielo, víctima inocente, como el inocente Abel inmolado en el Parque Público, como en un lugar público, en el Calvario, fue inmolado Jesucristo; agonizó y murió a la misma hora que Jesús, desde la una y media a las tres de la tarde. La sangre del niño, derramada en un parque público, clama mejor que la de Abel, clama como la de Jesucristo, no venganza, sino perdón, perdón para el que la inmoló. Yo fui uno de los primeros que lo supe. Juan Manuel Ruiz, testigo de vista de la trágica escena, pálido de dolor y derramando lágrimas, se abrazó a mí diciendo: –¡P.Martín: Pablo ha sido asesinado! Y entonces pensé que aquel Dios que tomó posesión de su pecho cuando yo le administré la Sagrada Comunión, le había acogido en su gloria para cantar entre los ángeles sus eternas alabanzas. Yo, en tanto, como sacerdote, ofreceré esa familia al Eterno Padre para que aplaque su ira y abrevie el tiempo de la tribulación. Martín Lozano, O.F.M
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Me produce un dolor muy grande enterarme de lo que sufrieron esas personas tan buenas. Hoy día no sabemos nada de lo que España ha sufrido y de las víctimas inocentes que , seguro, vieron a Dios.
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