Companys de profesión golpista

  • En las últimas fechas se han suscitado ciertas polémicas periodísticas que han buceado de nuevo en nuestra historia. La última ha sido a cuenta de Lluís Companys, el líder idolatrado por el catalanismo y consagrado gracias a su fusilamiento tras la guerra civil, algo que parece santificarle desde la perspectiva de la corrección histórica, pero ¿cuál es la verdad de Companys?   
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    SE PRONUNCIÓ CONTRA LA LEGALIDAD VIGENTE EN TRES OCASIONES
    FERNANDO PAZ

Aunque en nuestros días se ha convertido en la referencia por antonomasia para el nacionalismo catalán, lo cierto es que Companys no siempre fue, ni mucho menos, catalanista. Si bien manifestó desde muy temprano una muy acusada inclinación a la política, lo cierto es que sus primeros pasos los dio en el lerrouxismo, expresión popular y radical de un españolismo de acendrado espíritu nacional.

Y no solo eso: se le recuerda de su época universitaria como un iracundo joven que incluso participaba en la violenta disolución a bastonazos de las sardanas, celebración en la que encontraba una intolerable contaminación catalanista. Aquel bohemio camorrista empeñó su juventud en frecuentar cafés y redacciones de periódicos, como la de La Publicidad, regida en aquel tiempo por Alejandro Lerroux, que más tarde le empujaría a entrar en el Partido Reformista, de Melquiades Álvarez.

Companys se acercaba entonces a los 35 años. Había dejado de ser un joven para convertirse en una persona adulta y madura, a la que se le suponían unas convicciones. La perseverancia de su militancia política en formaciones españolistas, y su oposición a todo lo que tuviese relación con el nacionalismo, hacía enormemente improbable predecir la deriva que más tarde le caracterizaría: cuando a finales de 1917 fue elegido concejal en Barcelona tuvo que compartir consistorio con Carrasco y Formiguera, al que no dejó ocupar su escaño hasta que no gritara de modo bien audible un estentóreo “¡Viva España!”.

A partir de entonces, Companys se acercó a los sectores anarcosindicalistas, al ejercer como abogado defensor de los pistoleros de los llamados sindicatos únicos (la CNT) que, en aquellos años que antecedieron a la dictadura de Primo de Rivera, se enfrentaban a los matones de la patronal agrupados en los llamados sindicatos libres. Por su lado, los catalanistas, de extracción burguesa y alarmados ante el cariz que iban tomando los acontecimientos -y bien reciente la experiencia de la revolución rusa-, incitaban a los militares a pronunciarse para poner fin a la situación de desorden extremo que asolaba la Cataluña industrial.

Pero Cataluña no estaba constituida solo por la conurbación que se había formado en torno a Barcelona. Aunque era, en el conjunto de España, la región más desarrollada, existía una amplia realidad rural, en la que Companys desarrolló su tarea profesional durante los años centrales de la década de los veinte como abogado de los sindicatos campesinos. Desde allí ingresó en la Alianza Republicana, que en 1926 tributaría un homenaje a Alejandro Lerroux en Barcelona, y tres años después se sumaría a una intentona golpista de la mano de Sánchez Guerra, quien trató de sublevar a los militares en Valencia contra Primo de Rivera. Era su primer golpe de Estado, saldado con apenas tres meses de prisión.

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Es cierto que su deriva le llevó a ser uno de los fundadores de Esquerra Republicana, pero no deberíamos sobrevalorar en un sentido catalanista el significado de este gesto. La ERC que vio la luz por aquellas fechas incluía a personajes tan atolondrados como el militar independentista Francesc Maciá, pero también a algunos sectores republicanos y simplemente izquierdistas sin significación nacionalista específica. Companys ingresó en calidad de miembro de la ejecutiva de ERC, uno de los puestos de máxima responsabilidad de la formación nacionalista. Estamos en marzo de 1931, vísperas de la proclamación de la II República.

Las elecciones del 12 de abril de ese año catapultaron a Companys, pues la Esquerra fue el partido más votado en Barcelona. Dos días más tarde, el propio Companys notificaba a Alcalá Zamora el traspaso de poder en la ciudad condal, a la vez que Maciá proclamaba el “Estat Catalá” que “con toda cordialidad procuraremos integrar en la Federación de Repúblicas Ibéricas”, auténtico ente de ficción únicamente existente en la cabeza de los nacionalistas. Aunque es cierto que Companys se mostró escéptico ante tal declaración, lo cierto es que era la segunda impugnación de la legalidad en que se veía implicado.

Companys estuvo al frente del grupo parlamentario de Esquerra en Madrid entre 1931 y 1932, tiempo durante el cual su actitud fue relativamente moderada. Además de votar favorablemente la Constitución republicana, hizo lo propio con el estatuto de autonomía de Cataluña pese a que se habían acordado numerosos recortes de las pretensiones nacionalistas. A mitad del año siguiente incluso sería nombrado ministro de marina bajo el gobierno Azaña, aunque sólo duraría tres meses en el cargo.

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Cuando en noviembre de 1932 se celebraron las elecciones al parlamento autonómo catalán, ERC obtuvo un clamoroso éxito y Companys fue nombrado presidente de dicha cámara. Pero el salto político se produjo cuando tuvo que sustituir a Maciá a la muerte de este; el último día de 1933 era elegido presidente de la Generalidad, no sin los recelos de una parte significativa del nacionalismo catalán que le consideraba dudoso y, lo que era aún peor, relacionado con los desafectos cenetistas.
Como queriendo corroborar las peores sospechas, Companys formó un gobierno de amplia base, inclinado a la izquierda y pronto dispuesto al enfrentamiento con el Gobierno de Madrid que, a consecuencia de las elecciones noviembre de 1933, pertenecía a la derecha.

En el mes de junio de 1934, Companys tomó una controvertida decisión: nombró consejero de Gobernación a Josep Dencás, el cual se había manifestado en términos inequívocos a favor del secesionismo. Dencás atacó con decisión a los anarcosindicalistas, ya que estimaba que las reivindicaciones sociales desviaban energías que había que dedicar a la construcción nacional. Numerosos catalanistas le consideraban fascista, y no sin razón; él mismo reivindicaría con posterioridad tal condición, cuando se exiliara a la Italia de Mussolini tras el estallido de la guerra civil en 1936. Además, estaba al frente de las milicias juveniles armadas de las que disponía ERC, los escamots, que con sus camisas verdes y sus disciplinados desfiles reproducían la estética y los modos fascistas sin el menor rebozo.

Hoy cabe poca duda de que Companys nombró a Dencás con plena conciencia de lo que hacía: por una parte, la violencia de Dencás y los suyos le solucionaba la papeleta del orden público, y por otro le ayudaba a organizar la rebelión que se desencadenaría en ese mismo mes de octubre de 1934. Además, si se producía un probable fracaso, podía echarles la culpa, con lo que en el peor de los casos eliminaba al máximo opositor de su política dentro de Esquerra.

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El 6 de octubre de 1934, Companys acaudilló la rebelión contra el gobierno legítimo de la república. Coincidiendo con la revolución asturiana, asaltó el estado en la esperanza de que este, debilitado, tuviera que ceder finalmente a su propósito secesionista. Pero la acción del gobierno, decidida a la hora de aplastar la sediciosa rebelión, fue suficiente para concluir con notable rapidez el proceso separatista. Dencás huyó por las alcantarilla de Barcelona, y el propio Companys pasó a disposición de la justicia. Era el tercer golpe en el que se veía implicado.

En junio de 1935 fue condenado por el Tribunal de Garantías Constitucionales a 30 años de prisión y de inhabilitación absoluta, y la autonomía catalana suspendida. Lo que no obstó para que le fuera permitido presentarse como candidato en las elecciones de febrero de 1936 que llevaron al Frente Popular al poder. A finales de ese mismo mes, Companys fue repuesto en su cargo. A Companys, tres veces golpista, le esperaba una guerra civil en la que su papel ha sido duramente cuestionado, pues si es cierto que consta su intervención personal para salvar a algunas personas, no lo es menos que fue decisión suya armar a las milicias revolucionarias que protagonizarían una auténtica orgía de sangre en la retaguardia catalana durante el conflicto.

Vago y desenfrenado

La controvertida figura de Lluís Companys ha sido analizada de distintos puntos de vista. En parte, nos ha llegado considerablemente distorsionada por las exigencias de la corrección política. Pero hay una cierta unanimidad, por ejemplo, en cuanto a que era un hombre de poca disposición al trabajo. Una descripción del hombre nos ha llegado a través del testimonio de un comunista como Serra Pamiés, quien lo retrata como una especie de exaltado, como un desenfrenado que rozaba la locura: “Le daban ataques, se tiraba de los pelos, arrojaba cosas, se quitaba la chaqueta, rasgaba la corbata, se abría la camisa. Este comportamiento era típico”.

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Companys de profesión golpista | Intereconomía | 1024497.

Un comentario en “Companys de profesión golpista

  1. Es que el alzarse contra la legalidad es ser golpista. Así creíamos y Companys fue un referente. En el 36 no se sublevaron una parte del Ejército contra la Republica era contra ese desorden generalizado a donde nos había llevado y el crimen contra el Jefe de la Oposición fue el detonante definitivo. Ahora igual Puigdemont, Más, Forcadell serán digo yo golpistas . Aunque con una legalidad tan débil tienen ganada la batalla. Yo sería golpista frente a la tasa impositiva del Estado. Además sería respaldado por la inmensa mayoría tal como se dice ahora.

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