Guilleromo Toscano y el fusilamiento de Jose Antonio

La mitificación y la mixtificación, los relatos heroicos y la retórica que hizo estático el momento histórico, son los responsables de la falta de un relato completo y ajustado a la realidad del último José Antonio; del hombre que es, por decisión política, recluido en prisión poco después del triunfo electoral del Frente Popular; del hombre para quien la izquierda ha señalado un destino: la cárcel. Seguir los rastros de José Antonio en las semanas que discurren desde marzo hasta noviembre de 1936 se ha convertido, en mi oficio de historiador, en un reto. Poco a poco, documento tras documento, archivo tras archivo, se va haciendo la luz; las piezas van encajando para reconstruir unos meses cruciales.

El 20 de noviembre de 1936 José Antonio era asesinado por un piquete formado apresuradamente sin esperar a los Guardias de Asalto. Caía tras comparecer ante un Tribunal Popular, en un juicio con sentencia señalada y pactada de antemano por el propio Indalecio Prieto. La documentación es, en este punto, incontrovertible. La brillante defensa de José Antonio hizo posible que su hermano Miguel se salvara de la ejecución, pues la petición de pena de muerte era para ambos. La superioridad dialéctica de José Antonio, porque la jurídica de nada valía ante un Tribunal Popular, hizo que la deficiente redacción de la sentencia, la fragilidad de las pruebas del fiscal (varias de ellas meros recortes de periódico) y los errores dieran suficientes elementos para admitir un aplazamiento de la condena. Los plazos se cumplieron. El Consejo de Ministros trató la ejecución en la tarde del 19 de noviembre, por lo que las versiones de Largo Caballero («nos sorprendió la noticia de la ejecución discutiendo el tema») son falsas. En el Consejo de Ministros la confirmación fue mayoritaria. Esa fue la posición de Largo Caballero secundada por Indalecio Prieto (el erróneamente calificado de «amigo de José Antonio»). La confirmación de la sentencia y la ejecución inmediata siguieron las normas establecidas.

Textualmente, en la documentación del Tribunal Especial Popular de Alicante, figura el siguiente resumen: «Se dictó sentencia en 18 de noviembre de 1936 condenándole a la pena de muerte. En telegrama del mismo día 18 de noviembre el Excmo. Sr Presidente del Consejo de Ministros y Ministro de la Guerra interesa con urgencia se le remita testimonio literal de la misma sentencia, lo que se efectuó el propio día según consta en la providencia de igual fecha. En telegrama de 19 de noviembre el Excmo Sr. Presidente del consejo de Ministros y Ministro de la Guerra participa a los efectos del Decreto de 2 de Junio de 1931 que el Gobierno queda enterado de haberle sido impuesta la pena de muerte a José Antonio Primo de Rivera y Saenz de Heredia. Por la providencia del día 19 de noviembre se acuerda unir el telegrama, y que se participe de su contenido por medio de oficio al Gobernador Civil de la provincia de Alicante y a la Comisión Provincial de Justicia a los efectos consiguientes». Este texto es la confirmación del enterado dado por Largo Caballero.

Piquete de ejecucion.

Aunque es difícil precisar el transcurso del tiempo en la noche del 19 al 20 de noviembre podemos reconstruir, hora a hora, los acontecimientos. La versión tradicional adolece de algunos errores o distorsiones.

A las once de la noche se comunicó a José Antonio que iba a ser ejecutado. Según las declaraciones, aproximadamente a la misma hora, Guillermo Toscano Rodríguez, dirigente anarquista de la CNT andaluza que había llegado a la prisión como miliciano, pero que dada su posición actuaba como jefe de milicias anarquistas en la misma, que había obtenido de José Antonio una cierta confianza (quizás no tuviera otro remedio porque desde octubre estaba ante su celda), recibía o conocía, según su testimonio, la orden de ejecución del jefe de la prisión, Adolfo Crespo Orrios, que era consecuencia de la cursada por el gobernador civil. La ejecución tendría lugar al amanecer.

Guillermo Toscano era el hombre designado por la CNT y la FAI para vigilar a José Antonio. A sus órdenes estaban los milicianos José Pantoja Muñoz, Luis Serrat Martín, apodado «el vaquería», Manuel Beltrán Saavedra y Francisco Perera. La documentación indica que Toscano asumió el protagonismo de la ejecución designando los integrantes del piquete. Además de los citados, todos ellos ejecutados tras la guerra, formaron: Andrés Gallego Pozo, el portugués; Pascualet, Antonio Pastor, Becerra y varios guardias de asalto entre los que figuraba Federico Esteve Navarro. El pelotón de ejecución era básicamente anarquista. En el mismo figuraban un sargento y tres soldados del 5º Regimiento de milicias y cuatro guardias de asalto.

Parece evidente que el anarquismo había decidido asumir el «honor y el protagonismo» de fusilar a José Antonio. Guillermo Toscano y sus milicianos fueron designados por la FAI para vigilar a José Antonio. Se habían instalado cerca de su celda en octubre armados con fusiles mauser y pistolas facilitados por la organización anarquista, aunque la llave de la celda estaba en poder del director de la prisión. En las horas previas a la ejecución ninguna decisión pasó por el oficial de prisiones de servicio, Enrique Araujo. El piquete, realmente, debía estar compuesto por Guardias de Asalto. A las dos de la mañana el capitán Eduardo Rubio Funes recibió la orden de formar el piquete de guardias para la ejecución y trasladarse a la prisión provincial de Alicante. La hora fijada para la misma era las seis de la mañana. A las cinco cuarenta y cinco el piquete salió con destino a la prisión. Según los testimonios, José Antonio ya había sido fusilado cuando llegaron. Existen algunas diferencias en las declaraciones; según parece la ambulancia del Ayuntamiento que debía llevar los cadáveres tardó en llegar. El capitán de las fuerzas de Asalto dio orden de escoltar la ambulancia para evitar que la asaltaran. El testimonio del guarda del cementerio avala esta posibilidad, porque tuvo que recurrir a la autoridad para evitar el despojo de los cadáveres.

La responsabilidad de la forma en que se ejecutó-asesinó a José Antonio debe ser pues imputada al director de la prisión y a los milicianos anarquistas. Unas veinticinco personas estuvieron presentes; algunas fuentes elevan el número hasta cuarenta. Según algunos testimonios, el director de la prisión ordenó tomar fotos y hubo una cierta «algazara». A pesar de todo no parece que los cadáveres fueran profanados, aunque la pluma de José Antonio acabó en manos de Toscano. Franco en persona trataría de que ésta se recuperara para entregarla a los familiares de José Antonio.

La ejecución

Son de sobra conocidos los detalles comunes de las últimas horas de José Antonio. Pocas dudas debían caber al fundador de la Falange sobre su suerte; los Tribunales Populares, desde el mes de septiembre, se habían pronunciado invariablemente por la ejecución de los falangistas. Dentro de la cárcel hacía tiempo que dependía de los anarquistas. El interlocutor directo, por encima del director de la prisión, era el citado Guillermo Toscano.

José Antonio era consciente de que su vida pendía ya de un hilo. En torno al 10 de noviembre pidió al juez Enjuto un notario para protocolarizar su testamento. El fiscal, el secretario del juzgado y el notario, Mariano Castaños, se trasladaron a la prisión. José Antonio entregó su primer testamento (hasta la fecha ilocalizado). Por fuentes indirectas sabemos que se componía de dos partes. En las disposiciones de índole privada instituía como herederos a sus hermanos y establecía un legado para su tía. La parte política exasperó al fiscal, Vidal Gil Tirado, quien prohibió al notario registrarla:

Vidal: Eso no es un testamento.

José Antonio: ¿Tampoco va a permitirme eso?

José Antonio insistió y entregó las cuartillas a Mariano Castaños, quien personalmente, pese al riesgo, en cumplimiento de su función, lo transcribió porque los oficiales que le acompañaban se negaron. Sin embargo se prohibió al notario su protocolarización. Según testimonio de Tomás López Zafra, en la parte política hacía «historia del nacimiento de la Falange y su desenvolvimiento en la vida nacional. Razona por qué crea la Falange, su concepción de la misma y su misión en lo futuro».

El 18 de noviembre, José Antonio pide a Toscano que le faciliten un confesor. El Tribunal ha dictado sentencia y sabe que el plazo de ejecución es muy breve. El artículo 633 del Código de Justicia Militar dice que se le leerá la sentencia al ponerle en capilla; el 635 indica que la ejecución tendrá lugar en las veinticuatro horas siguientes al enterado del gobierno. Un «sacerdote viejecito», José Planelles Marco, daría la última absolución al fundador de la Falange. Después redactaría su segundo testamento. El día 19, mediante once cartas, se despide de catorce personas. De sus familiares: Fernando, Carmen, la tía Carmen, el tío Antón, Julián Pemartín y Sancho Dávila. De sus camaradas y amigos: Serrano Suñer, Fernández-Cuesta, Ruíz de Alda, Valdes Larrañaga, Sánchez Mazas, Carmen Werner. De sus pasantes: Garcerán, Sarrión y Cuerda. Dos de ellos, Fernando Primo de Rivera y Julio Ruíz de Alda han sido asesinados por el Frente Popular. Las cartas revelan que José Antonio no cree ya en la posible conmutación de pena o aplazamiento de la ejecución.

El Tribunal o la Comisión de Orden Público, o ambos, deciden que José Antonio no sea ejecutado en solitario. El porqué de esta decisión es difícil de precisar. Se podría alegar que se trataba de contribuir a diluir cualquier duda sobre la legalidad del proceso aparentando normalidad. Lo que sí parece evidente es que fue el azar el que seleccionó a los requetés Vicente Muñoz Navarro y Luis López López, y a los falangistas Ezequiel Mira Iniesta y Luis Segura Baus. Según la documentación algunos de ellos estaban en trámite de conmutación de pena.

En torno a las seis de la mañana entraron en la celda de José Antonio, Guillermo Toscano y el director de la prisión. El fundador de la Falange pudo despedirse de su hermano Miguel, al que entregó algunas cosas. Según los testimonios vestía un traje negro, sobre el mismo un abrigo. El pelo rapado. Se produjo la escena de la entrega del abrigo. José Antonio se colocó en la posición. Aunque Gil Pecharromán reconstruye la escena y anota que el sargento (¿) dio las órdenes, los documentos indican que José Antonio extendió el brazo y gritó ¡Arriba España!, lo que desencadenó, sin orden previa, el fuego de los milicianos. También existe controversia sobre quién dio el tiro de gracia a José Antonio. Guillermo Toscano se autoinculpó en una de sus declaraciones, pero según el capitán Casimiro Romero fue un tal Becerra el que lo realizó.

José Antonio fue enterrado en la mañana del 20 de noviembre junto con los dos falangistas y los dos requetés. Otros diez cadáveres fueron depositados en la fosa. El guardia del cementerio, José Santoja, que había conseguido que no se saqueara el cadáver, en los meses siguientes señaló como la tumba otra fosa para proteger el cadáver. Allí permaneció hasta el 4 de abril de 1939.

José María Zavala, autor de «Las últimas horas de José Antonio».   

José Antonio Primo de Rivera –a la derecha– y su hermano Miguel en la prisión de Alicante, donde ingresó el 15 de marzo de 1936

El fusilamiento de José Antonio Primo de Rivera en la cárcel de Alicante, la mañana del viernes 20 de noviembre de 1936, fue uno de los episodios más deleznables de la reciente historia de España; de no haberse producido, sin duda el rumbo de la misma hubiera sido otro. Reconstruir lo que allí sucedió, casi ochenta años después, ha requerido una labor titánica de investigación durante casi cuatro largos años. Gracias al hallazgo de los «expedientes perdidos» de los principales protagonistas de su muerte (los miembros del pelotón de ejecución, el director de la cárcel y el auditor del Ministerio de la Guerra que denegó el indulto al líder de Falange Española presionado por Largo Caballero) estamos en condiciones de recrear ahora con relatos de testigos presenciales la carnicería perpetrada en aquel maldito patio número 5, el de la Enfermería. Felipe Ximénez de Sandoval, biógrafo de José Antonio, aludió en su día con toda honestidad y rigor a este peliagudo asunto: «Ya no sabemos más. Ya todo son noticias vagas…».

Pero ahora, insistimos, parapetados en un arsenal de documentos inéditos recopilados durante las últimas horas de José Antonio, considerado por el hispanista Stanley G. Payne como «el estudio más completo sobre el proceso y la ejecución de José Antonio, que constituye una aportación fundamental e indispensable» para el conocimiento de su egregia figura, sabemos por fin lo que allí sucedió. Disponemos así, en primer lugar, de un documento desconocido de gran valor: la relación de funcionarios de prisiones que estuvieron de guardia aquel día en la cárcel provincial.

Hela aquí:

«Don Fernando Abadía García: Oficial de Régimen, Diligencias y Dirección; Don Trinidad Muñoz Andrés: Oficial de Economato, Gabinete y Administración; Don Telesforo Llovel Morató: Oficial de Interior, Limpieza, Sótanos y Enfermería; Don Enrique Maciá Bermejo: Oficial auxiliar de Interior y Comunicaciones; Don Enrique Alijo Longay: Oficial de Rastrillos; Don Germán Quereda Torregrosa: Oficial del Patio de Lavandería y Cuarta Galería; Don Miguel García Jiménez: Oficial del Patio de Lavaderos y Primera Galería; Don Antonio Flores Guillén: Oficial de Provisional y Patio del mismo; Don Juan José Menor Calatayud: Oficial de Provisional de 08.30 a 12.30 y de 14.30 a 18.30 horas; Don Manuel Lledó Brotóns: Auxiliar General de 08.30 a 12.30 y de 14.30 a 18.30 horas».

Confusión» con los disparos

¿Acaso no resulta llamativo que todos y cada uno de los guardias declarasen no haber visto nada aquel día? ¿Obedecía tal vez su ceguera a que alguien les puso a la fuerza una venda en los ojos? Sólo el testigo Trinidad Muñoz Andrés, de 38 años, casado y natural de Toledo, aportó un dato a mi juicio relevante: «Ignoro –declaró al juez– quiénes fueron los que dispararon contra las cinco víctimas, aunque allí dentro había milicianos de la CNT y comunistas, y había llegado un piquete de asalto. Pero dada la confusión que existía es de sospechar que todos fuesen los que disparasen». «Confusión», pocas veces una sola palabra significó tanto. En su primera y extensa declaración efectuada en la Jefatura de Policía de Baza (Granada) tras su detención, el 13 de abril de 1939, el miliciano Guillermo Toscano que dio el tiro de gracia a José Antonio aludió también al desconcierto, seguido del revuelo armado en el patio de la prisión aquella madrugada. De su declaración, inédita y esclarecedora también, nos interesa ahora este pasaje:

«Al llegar al patio –manifestó Toscano–, me sorprendí al ver en el mismo y ya antes en el pelotón de fusilamientos a otros tres que no sabía quiénes eran, supongo que de otra cárcel. (…) En el patio, además de la fuerza que estaba en fila de ejecución, había como espectadores hasta un número aproximado de cuarenta personas. (…) Seguidamente se dirigió José Antonio al lugar donde estaban los otros tres y yo mismo, a la fila encargada de la ejecución. No hubo voz de mando para hacer las descargas, las cuales se efectuaron a capricho, en número de cinco o seis, y al pronunciar los gritos de “¡Viva España!” y “¡Arriba España!” por parte de José Antonio. Una vez en el suelo, yo, como llevaba pistola, fui el encargado de darle el tiro de gracia a todos ellos. Después de dicho acto, en todos los asistentes se manifestó la consiguiente algaraza [algarada] en los comentarios».

De ser cierto además lo declarado por Trinidad Muñoz, es indudable que reinaba la más absoluta confusión y anarquía en el patio de la cárcel. ¿Se imagina el lector la escabechina que aquella cadena de improvisaciones representó para los cuerpos indefensos de José Antonio y de los llamados «cuatro mártires de Novelda» fusilados junto a él (Ezequiel Mira Iñesta, Luis Segura Baus, Vicente Muñoz Navarro y Luis López López), considerando que el pelotón o los pelotones de fusilamiento, si es que al final fueron dos como aseguraba Miguel Primo de Rivera, se compusieron en total de catorce individuos entre milicianos anarquistas, soldados comunistas del Quinto Regimiento y guardias de Asalto?

En el expediente de Toscano se hace constar lo siguiente, el 6 de junio de 1939: «Formó parte [Toscano] del pelotón de asesinos de José Antonio, integrado por José Pantoja, Luis Serrat Martínez, José Pereda Pereda, Andrés Gallego Pozo y Francisco [Manuel] Beltrán. (…) La orden de formar el pelotón la dio Ramón Llopis, de la Comisión de Orden Público, y se integró por los citados, más un sargento y tres soldados del Quinto Regimiento de Milicias y cuatro Policías».

Catorce fusileros en total. Si se efectuaron hasta seis descargas, como recordaba Toscano, resultaría entonces que las cinco víctimas fueron acribilladas con más de ochenta disparos, recibiendo cada una alrededor de dieciséis impactos. Aterrador. Aunque el fuego de los mosquetones se concentró en José Antonio, como enseguida veremos.

En su primera declaración indagatoria ante la Policía, el 2 de noviembre de 1939, el sargento Juan José González Vázquez, encargado de mandar el pelotón de ejecución, dijo algo tan revelador como esto:

«Los que formaron el pelotón colocaron a sus víctimas a una distancia de unos tres metros. Nadie dio la voz de fuego… A José Antonio le situaron en la esquina de la pared, quedando a su izquierda los otros tres [cuatro] jóvenes que murieron con él, disparando el pelotón sobre ellos unos cuarenta o sesenta disparos». Adviértase cómo el testigo subrayó que el pelotón efectuó «cuarenta o sesenta disparos» a tan sólo «tres metros» de distancia de las víctimas.

Hablan los forenses

Estremece sólo pensar en el tremendo impacto de las ráfagas de disparos a tan escasa separación de aquellos cuerpos, cuando el alcance eficaz del Mauser modelo Oviedo 1916 como el que emplearon aquel día los fusileros era de 2.000 metros nada menos. González Vázquez confirmaba, al igual que Toscano, que no hubo orden de abrir fuego, dando a entender también que se congregó un gran gentío en el patio de la cárcel entre espectadores y curiosos. Debió ser terrible. Tanto, que ni siquiera el director de la prisión, Adolfo Crespo Orrios, facilitó un solo detalle reseñable del fusilamiento al juez en su declaración del 17 de abril de 1939. Y qué decir de los dos médicos forenses destinados aquel día en la cárcel de Alicante: en lugar de presenciar el fusilamiento, como era su obligación, ninguno de los dos lo hizo. ¿Qué motivos alegaba el primero de ellos, José Aznar Esteruelas, de 56 años, casado y natural de Zaragoza, el 3 de mayo de 1940 cuando declaró ante el juez?

Sus palabras no tienen desperdicio: «Me tocó por turno, como médico forense, asistir al fusilamiento de José Antonio y de los otros ‘‘cuatro mártires de Novelda’’, fusilamiento que no presencié pues esperé en uno de los pasillos de la cárcel provincial a que se llevase a cabo, para después certificar la muerte… Puedo manifestar que a uno de los otros cuatro fusilados le tuvieron que disparar dos tiros de gracia, pues parece ser que principalmente en el momento de la ejecución se cuidaron de apuntar a José Antonio y descuidaron a los demás».

Más reveladora aún, si cabe, era la versión del segundo forense, Manuel Hurtado Martínez, de 65 años, casado y natural de Murcia, quien, pese a no ser ya un novato en la materia, casi se murió de miedo: «Como médico de la Beneficencia Municipal, concurrí al fusilamiento de José Antonio y de los ‘‘mártires de Novelda’’, acto que no presencié, pues me escondí tras un recodo para no verlo».

Ahora también sabemos que ninguno de los dos médicos realizó el preceptivo informe de autopsia a los cinco cadáveres. La horrible muerte de José Antonio tampoco fue inscrita como exigía la Ley. El certificado de defunción tuvo que ser expedido en Alicante, el 5 de julio de 1940, por orden del Juzgado de Primera Instancia número 2, en presencia del juez municipal Federico Capdepón Icabalceta y del secretario del Distrito del Norte, Rafael Martínez Bernabéu.

El acta de la defunción se encuentra depositada en el Registro Civil, sección de Defunciones, al folio 313 del tomo 19.
¿Guardaban acaso alguna relación aquellas irregulares omisiones con la pavorosa escena que presenció el empresario uruguayo Joaquín Martínez Arboleya en el patio de la prisión, evidenciando que alguien pudo ocuparse de eliminar cualquier vestigio de la matanza? El testigo ocular rompió su silencio años después, proclamando: «Se quebró su cuerpo [el de José Antonio], cayendo doblado, empapadas en sangre sus rodillas. La chusma allí reunida gritó obscenidades».

De todos los testimonios y relatos sobre la ejecución, el escritor José María Zavala ha recuperado en un libro reciente y de gran éxito (La pasión de José Antonio) el de un testigo presencial. Se trata del ciudadano uruguayo Joaquín Martínez Arboleya (1900-1984), que se encontraba en España el 18 de julio porque trabajaba en una sociedad financiera con clientes españoles. En Alicante vivía en una pensión y otro huésped le invitó a asistir a la ejecución del señorito, porque ésta fue pública, como los guillotinamientos de la Revolución Francesa y los apaleamientos de la Camboya de los jemeres rojos. Arboleya acudió para no levantar sospechas.

TIROS A LAS PIERNAS

En su autobiografía Nací en Montevideo, editada en 1970, Joaquín Martínez Arboleya cuenta cómo se desarrolló la ejecución. El fusilamiento lo realizó un piquete de ocho milicianos del sindicato anarquista CNT. Antes que José Antonio se fusiló a dos falangistas y dos carlistas a los que el tribunal popular había absuelto, pero a los que condenó el odio de los izquierdistas.
José Antonio se enfrentó a los fusiles con un mono azul raído y unas alpargatas, como un miliciano más, aunque con las manos atadas a la espalda con grilletes. Rechazó con firmeza la venda para los ojos y cuando se dio la orden de disparar gritó con fuerza «¡Arriba España!». Sin embargo, no concluyó ahí su sufrimiento, según el relato de Martínez Arboleya.

José Antonio recibió la descarga en las piernas. No le tiraron al corazón ni a la cabeza; lo querían primero en el suelo, revolcándose de dolor. No lo lograron. El héroe cayó en silencio, con los ojos serenamente abiertos. Desde su asombrado dolor, miraba a todos sin lanzar un quejido, pero cuando el miliciano que mandaba el pelotón avanzó lentamente, pistola (a)martillada en mano y encañonándolo en la sien izquierda, le ordenó que gritase «¡Viva la República!» –en cuyo nombre cometía el crimen–, recibió por respuesta otro «¡Arriba España!». Volvió entonces a rugir la chusma, azuzando a la muerte. Rodeó el miliciano el cuerpo del caído y apoyando el cañón de la pistola en la nuca de su indefensa víctima, disparó el tiro de gracia.

A punto estuvo de apoderarse del cuerpo del fundador de la Falange una chusma enfurecida que sin duda habría cometido las mismas mutilaciones con él que las que se cometieron con el del general López Ochoa en Madrid: decapitación y desmembramiento. El forense José Aznar Esterela, presidente del Colegio de Médicos de Alicante, no realizó la autopsia preceptiva. Tampoco se inscribió la muerte de José Antonio en el Registro Civil; el certificado de defunción se expidió en Alicante en julio de 1940, terminada la guerra.
Por último, los objetos personales de José Antonio no fueron entregados a su familia, sino que Prieto se los quedó: una maleta que contenía cartas a su amor, una novela inacabada, fotos, útiles de aseo… Como con tantas cosas que no eran suyas (el tesoro del yate Vita robado en España a sus propietarios), Prieto se quedó la maleta. Al menos no la gastó, a diferencia del oro, las joyas y el dinero. Prieto, a quien muchos falangistas siguen considerando un patriota y casi un aliado, guardó la maleta en la caja de seguridad de un banco mexicano. En enero de 1977 el albacea de Prieto, el socialista Víctor Salazar, entregó a Miguel Primo de Rivera, sobrino de José Antonio, las llaves de la caja. ¡Cuarenta años de apoderamiento ilegal!

EL MITO DEL ‘AUSENTE’

En su nuevo libro (La pasión de Pilar Primo de Rivera), Zavala añade que Pilar Primo de Rivera y Martínez Arboleya, que se había incorporado a las tropas nacionales, coincidieron en la guerra en Salamanca, pero que el testigo de la ejecución de José Antonio no se atrevió a relatarle cómo había ocurrido.
Pilar pudo escapar de la zona roja bajo la protección de la embajada argentina. Embarcó en un crucero de guerra alemán, el Admiral Graaf Spee, en el puerto de Alicante, pero no pudo acudir a la cárcel para ver a sus dos hermanos encerrados en ella, José Antonio y Miguel. La futura jefa de la Sección Femenina conoció por boca de Franco la ejecución de su hermano, aunque se negó a aceptarla del todo. Hasta el 20 de noviembre de 1938, en que Franco confirmó por radio el asesinato, la zona nacional se habló de el Ausente para referirse a José Antonio.
Rafael García Serrano afirma que hubo falangistas que se hicieron matar en el frente cuando se enteraron de la noticia.
Así interpretó José Antonio Jiménez Arnau (El puente) la ejecución, como epítome del holocausto de una generación que llegó a la guerra llevada por sus mayores.

Con aquel hombre, sin que ellos lo supieran, habían caído todos aquellos que él pusiera en pie. (…) la generación que se había encontrado los días de la caída del Régimen, la generación que quemara o impidiera quemar las iglesias, la generación revolucionaria, la que tocara a rebato, despertando al país de su siesta, ésa había caído fusilada.

Francisco Torres: 70 años del fusilamiento de Jose Antonio (2006) | La memoria de la Otra Europa.

Guillermo Toscano, ejecutor último de José Antonio

Rafael Redondo Maya

Eran poco más  de las seis y media de la mañana, cuando en un ángulo del patio de la Prisión Provincial de Alicante sonó la descarga que abatía los cuerpos de cinco jóvenes condenados a muerte. Cuatro de ellos, dos falangistas y dos requetés, todos  de Novelda, acompañaron a José Antonio en aquel trágico destino. El cuerpo de José Antonio agonizante, hasta que un disparo definitivo, lo dejó inmóvil.

La mano ejecutora fue la de Guillermo Toscano Rodríguez.

Decía José Antonio a Sánchez Mazas en la carta que debía entregarle Margot: «… si llega la ocasión triste para la que ha sido escrita…» «… Te confieso que me horripila morir fulminado por el trallazo de las balas, bajo el sol triste de los fusilamientos, frente a caras desconocidas y haciendo una macabra pirueta».

Ni de esta amargura le libraron los hados. «Cayó en «macabra pirueta», cubriendo con su sangre el patio de la cárcel, que él, con la serenidad y entereza que le acompañaron hasta su última hora, había previsto que ocurriría y por ello había rogado al director de la prisión «…el favor de limpiar bien el patio para que mi hermano no se vea en la obligación de pisar mi sangre».

Cerca de cinco años después, en junio de 1941, y en otra cárcel, esta vez la de Granada, se produce el casual encuentro entre dos hombres, que daría luz a significativos detalles de lo ocurrido aquel 20 de noviembre del 36. Coincidieron en tiempo y lugar: Guillermo Toscano Rodríguez, condenado a muerte, que entraba en capilla, previa a su ejecución, y un joven teniente de Infantería al que aquel día le correspondía el servicio de custodia y protección de la cárcel, como oficial de guardia.

En conversación con el director de la cárcel y con don Fernando Almansa, juez de Ejecutoría, se entera el joven teniente que entre los condenados está quien dio el «tiro de gracia» a José Antonio. Vivamente impresionando, trata de conocerlo y de establecer conversación con él. Tras la natural reticencia por parte de Toscano, y vistos la consideración y el respeto con los que le trata su interlocutor, va abriéndose a una exposición fluida y detallada de su relación con José Antonio y de los últimos momentos de su vida. Durante las cerca de tres horas de conversación que mantuvieron, fue creándose entre ambos un creciente clima de afecto por la franqueza y cordialidad en su trato recíproco, pese al marco y el momento que el destino determinó para su encuentro.

Guillermo Toscano se mantenía con cierta serenidad, tal vez porque albergaba la esperanza del indulto que le había insinuado su defensor, conocidos los avales favorables, emitidos por los hermanos de José Antonio y que figuraban en el sumario. El indulto no llegó. Al parecer los guardias de asalto que se hacían cargo de su traslado, Toscano se afectó viendo lo inevitable del trance. Allí se despidieron el teniente y aquel desafortunado hombre, cuyo conocimiento le impactó vivamente.

Hoy, 2004, sesenta y tres años después del encuentro en Granada, aquel teniente provisional, actualmente coronel  retirado de la Guardia Civil, ilustrísimo señor don Serafín López Díaz, joven octogenario de mente lúcida, de expresión vibrante y clara, relata su relación con Guillermo Toscano con tal precisión de detalles como si el encuentro hubiese sido la víspera.

Evidentemente, la personalidad de Toscano y las circunstancias de su relación y contenido, impactaron notoriamente en este hombre hecho a múltiples circunstancias límite, en su vida militar y profesional, desde el día que lució su estrella de «provisional».

Recuerda aquella noche, cargada de tensión, cuando se despiden. Y nos relata los trozos más significativos de la vida de Toscano y de su relación con José Antonio, contando como aquel minero de Río Tinto, enfrentado al Alzamiento, pasa a Portugal cuando el Ejército del Sur toma Huelva, volviendo a España, y de nuevo en su bando, ingresa en el Cuerpo de Guardias de Asalto, donde le destinan, como vigilante de prisiones, a la de Alicante. Esta situación le permitió conocer y tratar frecuentemente a José Antonio, del que habla con fervor, y de cuánto aprendió en su compañía. De los últimos momentos relató su servicio de guardia la noche previa a la ejecución, acompañando a José Antonio como vigilante, y al patio, junto a las autoridades competentes, señalando la entereza y ejemplaridad de su comportamiento con el director de la prisión y con los funcionarios presentes, disculpándose por las molestias que pudiera haberles causado, alienta a sus compañeros de martirio y habla a los milicianos del pelotón, recordándoles que no ha sido nunca su enemigo.

Allí, frente a su destino, con la cabeza rapada, vestido con mono y alpargatas, cubiertos sus hombros con un gabán del que se desprende para que no lo estropeen los disparos, con la dignidad ante la muerte, para la que pidió ayuda a su hermano Miguel, allí estaba para dar la lección postrera, José Antonio Primo de Rivera y Sáenz de Heredia. Después la «macabra pirueta». Por fin, la muerte. Más allá, la gloria.

¿Fue realmente así como ocurrieron los acontecimientos relatados? Así fueron descritos por un hombre que a las pocas horas moría ejecutado, a otro hombre, profundo conocedor de la conducta y la condición humana, tras una vida plagada de duras experiencias, que le creyó sincero porque lo leyó en su cara cuando no caben fingimientos.

Que desde los luceros velen por nosotros para que España alcance la paz por la que ellos murieron. Amén.

Patricio Montero-Martin ·  Mejor comentarista

José Antonio fue asesinado en medio de chanzas y burlas por los perros rabiosos que pidieron voluntariamente formar parte de la recua de asesinos (que no todos se fueron de rositas, por cierto,
pues más de uno recibió pocos años después de la propia medicina que había suministrado cuando toda chulería les parecía poca y les salía gratis y ahora forman parte, aquellos hijos de puta, de lo que algunos degenerados pero siempre dispuestos a poner el cazo llaman «luchadores por la libertad»)

 y que primero dispararon a las piernas de la víctima para verlo arrodillado y, acto seguido, entre tiro y tiro a partes no vitales le proponían que renegara de sus ideas.

No fue por cierto el único crimen que cometieron así, pues en ellos era costumbre, ya lo habían hecho con Fanjul, meando incluso en la boca abierta del cadáver y coceándolo hasta desfigurarle el rostro

(se sabe por un testigo presencial que así lo contó al agregado comercial de la embajada de Chile poco después de verlo).

Por cierto, cosa que siempre han tratado de ocultar los tratantes en embustes, como ese perro cebrianita que llegó incluso a publicar en su papelucho una supuesta primicia con las fotos de la ejecución de aquél general en la cárcel modelo, teniendo el cuajo de escatimar parte de ellas donde se aprecia la juerga que, ante el cuerpo derribado y aun caliente de su víctima, se traían aquellas hienas.

Juan García Oliver, delincuente común con «los solidarios», asesino él mismo y burlesco ministro de Justica con el animal de L. Caballero,

(pero no ladrón como por ejemplo el cerdo de Pietro),

los desenmascaró en cuanto a la complicidad de aquel gobierno infame en el asesinato de José Antonio, cuando en su autobiografía explica con todo detenimiento como fue debatido en consejo de ministros, procediéndose a la votación y a firmar el enterado por el subnormal del escayolista;

pues se llegó a decir (el necio del escayolista lo oculta en sus memorias) y los más estúpidos «rojelios» lo siguen propagando, que aquel crimen lo habían llevado a cabo los anarquistas sin el enterado preceptivo del gobierno.

En los múltiples intentos por rescatar a J.Antonio, como dice el artículo, no sólo Franco estaba al tanto sino impulsándolos.

De hecho, en uno de los últimos, cuando ya se vio que era poco menos que imposible, y eso está escrito y probado, hubo un comando preparado y entrenado en Sevilla entre cuyos miembros formaba el gran campeón de boxeo de los pesos pesados vasco Paulino Uzkudun,

entonces todavía mundialmente famoso (había peleado en Europa y EEUU con los míticos Joe Louis, Primo Carnera y Max Schmeling; en su carrera, de primer nivel, alcanzó las 50 victorias de ellas 34 por KO y tuvo 17 derrotas).

¿A que nunca han reivindicado los puercos del PNV ni los asesinos batasunos la figura de ese vasco universal?

Ahí está una de las razones, era militante de Falange desde la primera hora y asistente a las tertulias de José Antonio y sus camaradas en el Madrid de la II República antes de que todo se fuera al diablo.

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